Cuentan que, en las Cortes de la II República, un diputado que llegaba tarde a la sesión de una comisión espetó a los miembros de la misma: "¿De qué se trata que me opongo?". Esta parece ser la estrategia de la oposición. Decir no a todo, se trate de lo que se trate. Todo está mal. Es un radical enfrentamiento a todo lo que venga del Gobierno. Lo mismo ocurre en las autonomías y en los ayuntamientos.

En una democracia es imprescindible la oposición. Los ingleses la denominan "la oposición de Su Graciosa Majestad". Su líder está muy bien retribuido. En algún sitio he leído que, simbólicamente, gana 1 penique más que el premier , para que no desee acceder al poder por dinero. El relevo en el gobierno, no sólo es posible, sino que puede ser necesario, y la oposición debe estar preparada. La función de ésta, amén de presentar alternativas, es controlar al Gobierno. El poder corrompe siempre y quien lo ostenta puede abusar de él. Esto explica que los padres del liberalismo político estableciesen la división de poderes, la limitación, los contrapesos y su control. Los ciudadanos estamos más seguros cuando sabemos que la oposición vigila al Gobierno y denuncia sus negligencias y abusos. También estaremos más tranquilos conociendo las propuestas y alternativas viables y razonadas y, en futuras elecciones, podemos votar por el cambio.

El Gobierno debe tener en cuenta a la oposición. Hay asuntos como el terrorismo, la política autonómica y exterior, la justicia o la educación en los que el consenso es fundamental. Además, el respeto a las minorías es una condición del sistema democrático. Ningún gobierno, aunque tenga mayoría absoluta en las Cortes, puede arrogarse la representación de toda la ciudadanía, y menos en España que la ley electoral prima a los partidos mayoritarios.

Acaban de celebrarse elecciones al Parlamento Europeo. En la campaña poco se ha hablado de los asuntos europeos y mucho de política nacional. Es legítimo que la oposición desee acceder al gobierno, pero ahora no tocaba , no estaba en cuestión. Las elecciones legislativas se celebraron hace poco más de un año. No tenía sentido que la noche electoral eufóricos militantes del PP gritasen "¡Zapatero , dimisión!". Sorprende que, precisamente Francisco Camps diga a Zapatero que "si es un patriota convoque elecciones cuanto antes".

Hemos soportado una de las campañas más sucias de la historia de nuestra democracia, llena de descalificaciones y de invectivas. Después de las elecciones, políticos y medios de comunicación hacen una valoración de los resultados. Hay algo, sin embargo, que todos los partidos del arco parlamentario deben hacer: Analizar la alta abstención. Más de la mitad del censo electoral no ha votado.

Los ciudadanos nos sentimos inermes ante el escandaloso enfrentamiento de unos contra otros. Muchos han votado al PP contra el PSOE, como otros han votado a éste contra aquél. Los partidos tenían que haber hecho pedagogía explicando a los ciudadanos qué es la Unión Europea, para qué sirve el Parlamento, cuáles son los problemas y qué programa tienen unos y otros para llevar a cabo en la Eurocámara.

El respeto a las instituciones debe estar por encima de la lucha partidista. Las decisiones judiciales no sólo deben ser acatadas, como formalmente dicen nuestros políticos, sino limitadas sus críticas. Una victoria electoral no puede absolver a un político imputado por corrupción. Falta sentido de la moral en nuestra vida pública cuando comprobamos el apoyo recibido por el PP en Madrid y Valencia. Con asombro y temor hemos asistido al acoso y derribo del juez Garzón como recordamos las críticas sufridas, hace años, por el placentino Marino Barbero .

Las sociedades modernas como la española son pluralistas y deben estar articuladas. Los partidos políticos y los sindicatos son tan esenciales como los raíles para la circulación del tren. Los niveles de afiliación son muy bajos en España. ¿Por qué? Los partidos y sindicatos deben reflexionar sobre esta realidad. Si es preocupante la abstención, es más inquietante el ascenso de los partidos antisistema, populistas y demagógicos.

Muchos descalifican a los políticos llegando a decir que todos son iguales. Numerosos ciudadanos valiosos y bien preparados se sitúan al margen de los partidos y contemplan entre sorprendidos y despectivos que otros, arribistas e incompetentes, dominan las burocracias de las organizaciones políticas. La política es cosa de todos y a todos nos debe interesar. Los griegos llamaban "idiotas" a aquellos ciudadanos egoístas que se desinteresaban de los asuntos públicos, que "iban a lo suyo".