Este sábado, comenzaron las oposiciones al cuerpo de maestros en nuestra región. Miles de maestros se congregaron, en diferentes centros educativos de Cáceres y Badajoz, para realizar las primeras pruebas, a través de las cuales pudieron volcar parte del conocimiento adquirido a lo largo de un prolongado y arduo camino. Habrá gente para la que este acontecimiento haya pasado inadvertido. Pero todo aquel que tenga --o haya tenido-- cerca a un opositor sabe de su trascendencia, particularmente para todas esas personas que se han 'exprimido' con el afán de poder desempeñar una vocación sin la cual nuestro mundo sería infinitamente peor.

La figura del maestro tiene una importancia capital en la construcción de una sociedad civilizada. Y el tránsito de la oposición es una carrera de fondo que sólo superan los más constantes, sacrificados y afortunados. Porque ocurre que, aún superando el proceso de manera exitosa, hay muchos que han de esperar a subsiguientes convocatorias para alcanzar un puesto suficientemente elevado como para conquistar una interinidad, primero, y una plaza, después. Y no todo el mundo aguanta el tirón. Mucha gente desiste. Porque, aunque nuestra sociedad retrata la adquisición de la condición de funcionario docente como algo leve, es, sin duda, bastante más duro y complicado de lo que se pinta. Porque la conquista de esa meta está sólo al alcance de los más resistentes. Muchos de estos opositores habían aprobado ya los exámenes en anteriores convocatorias. Muchos de ellos, a pesar de estos precedentes, no pudieron desempeñar su profesión, por la superpoblación de las listas de las diferentes especialidades. Y otros, que pudieron hacerlo, tuvieron que andar trasladándose de destino en destino, con las complicaciones que ello conlleva para la conciliación de la vida familiar y laboral. Sólo unos pocos, que ya han recorrido estas dos etapas transitorias, podrán conquistar una de las ansiadas plazas. Sólo unos pocos podrán disfrutar de la estabilidad que les permitirá desempeñar su profesión de manera completa. Pero todos los que han invertido años de sus vidas para prepararse a conciencia, todos los que se han encerrado en habitaciones, estudios y bibliotecas durante meses, todos los que han tenido que separarse de sus familias cada semana, todos ellos y ellas, todos, merecen un reconocimiento social. Desde este humilde rincón, les manifiesto el mío. ¡Animo y suerte, luchadores!