TVtengo oyendo una frase excluyente. En la tele, en guiones de películas, en conversaciones ajenas: "No puedes entenderlo; tú no tienes hijos". Una frase injusta porque coloca a quienes carecen de progenie en un limbo de algodón de azúcar, en una especie de adolescencia perpetua que los incapacita para vislumbrar qué supone el llanto de un bebé en mitad de la noche. No se trata, creo, de tener descendencia, sino empatía y capacidad de compasión. La vida, con esa extraña costumbre de cebarse en sí misma, tiene uvas amargas para todos. Y a veces se olvida de que hay quien no se reproduce por impedimento biológico o por un exceso de responsabilidad.

La pérdida de un hijo es el mayor dolor imaginable porque contradice el orden natural de las cosas. No hace falta haber parido para estremecerse al pensar en esa mujer y en ese hombre cuya criatura de tres se ahogó hace unos días en una piscina. Un mazazo del que ojalá levanten cabeza; incluso al escribirlo, y aun siendo ajena, cuesta tragar saliva.

El escritor argentino Jorge Luis Borges , que ni tuvo hijos ni los quiso, dejó a la posteridad un artificio literario que dice: "La paternidad y los espejos son abominables porque multiplican el número de hombres". Y, sin embargo, fue precisamente él, sabio hosco y distante, las manos ciegas sobre la empuñadura del bastón, quien tuvo la sensibilidad de reparar en que no existe palabra en castellano que defina a la madre o padre cuyo hijo fallece; entre las explicaciones posibles, se quedó con la mágica: el vacío léxico pretendía confundir a los dioses. También el inglés, el francés y el ruso necesitan una circunlocución para expresar ese hecho atroz.

En realidad, ningún idioma cuenta con el fatídico término ensu acervo salvo el hebreo. Lo descubrí hace muy poco navegando en internet. La expresión hore shakul, el padre o madre que ha perdido un hijo, ya aparece en el Antiguo Testamento.

¿Por qué solo en hebreo? Quizá porque es mejor no pensar en lo innombrable.