Cuando se tiene buena conciencia de que el lugar de nacimiento no obedece a más que al azar del universo y de los dioses, los sentimientos patrios y las honras tribales se calman. Eso no significa que el apego a tu tierra se desvanezca. Amar a tu país es apreciar su cultura, sus gentes, su gastronomía y todos los tópicos y lugares comunes con los que encontrarse con tus paisanos, especialmente cuando se está lejos de casa.

¡Ay! Pero España es un país que también duele. Sobre todo cuando creces en una crisis que tras años y años sólo se diluye en el nombre. Cuando ves que buena parte de su potencial se cae por el desagüe de la corrupción y la incompetencia.

No es fácil promocionar a España a los foráneos. La gran mayoría se deleita con ‘el sol y la fiesta’. Todo es diversión en la forma. Ahora, si se va al fondo, conocen de los excesos, suelen tener una visión bastante distorsionada de nuestra capacidad de trabajo y, obvio, siempre les queda el comodín de la leyenda negra y la Conquista en caso de querer psicoanalizarnos.

Por eso esta semana tuve una experiencia que no recuerdo haber vivido jamás. Un reconocimiento a mi país. Una enhorabuena. Por un asunto actual. Por obra del Gobierno. Lo nunca visto.

Esta semana el nuevo presidente Pedro Sánchez ofrecía España para acoger a los 629 inmigrantes atrapados a la deriva por el Mediterráneo en el barco ‘Aquarius’. Daba un paso adelante ante la desvergüenza de Italia y Malta y la inoperatividad infame de la Unión Europea.

Cabe recordar que ese número 629 esconde otros tantos seres humanos, que se han echado al mar escapando probablemente de un infierno y buscando una vida mejor, derecho básico de cualquier persona.

Sánchez tomaba la iniciativa. España volvió a ser protagonista después de mucho tiempo y para bien, para dar ejemplo. Es sólo un gesto, sí. No resuelve el problema de fondo, tampoco.

Pero mientras las grandes cuestiones se resuelven, es bueno al menos promover un poquito de solidaridad. Y eso también es hacer Marca España. Porque los inmigrantes que viajan en el barco tampoco pudieron elegir su lugar de nacimiento.