THtora de hacer balance de los Juegos de Río? Está claro que deportivamente, no. Ni del botín español en el medallero ni del nivel mostrado en las distintas competiciones. Para eso, habrá que esperar. Para medir el impacto económico de los Juegos, podemos hacer un avance.

Siempre se ha afirmado que la organización de grandes acontecimientos deportivos o las victorias en torneos de relevancia generan un inmediato impulso a la economía del país en cuestión (algunos estudios se atrevían a dar incluso números : un incremento entre el 2 y el 3% del PIB). Hay pocas dudas de que en Grecia se disfrutó enormemente el verano del 2004 de la titánica y sorprendente victoria nacional en la Eurocopa de fútbol. Como Dinamarca en el 92. Argentina recuperó un poco de herido orgullo patrio de un país en grave recesión cuando la "generación de oro" del baloncesto argentino se colgó el ídem en los Juegos de Atenas.

Es difícil abstraerse del ambiente de euforia y despreocupación que vivimos aquí en aquel mágico 1992, la Barcelona olímpica y la "Expo" de Sevilla. Pero es complicado también afirmar que los triunfos futbolísticos del 2008 al 2012 tuvieran más efecto positivo en nuestra economía que el concedernos un breve respiro en la desconcertante crisis en la que estábamos sumidos. Cualquier seguridad sobre una automática repercusión de Juegos o Mundiales es más bien una conjunción aventurada de lugares comunes o una superstición apoyada por datos más populares que empíricos.

En una España plagada de infraestructuras ilógicas, infrautilizadas y (sobre todo) costosas, los diversos intentos de Madrid por acoger unos Juegos no gozaron de apoyo masivo. Y abrieron el debate acerca del coste/beneficio de un evento que, de partida, exige enormes inversiones públicas. ¿Son realmente "rentables" unos Juegos Olímpicos? Una respuesta lo suficientemente compleja para resolverla de un solo plumazo.

XLOS COSTESx directos de acoger unos Juegos son fáciles de determinar. La principal parte de los fondos se destinan a la construcción de las infraestructuras, tanto deportivas como las habitualmente más costosas, destinadas al transporte y hoteleras. Además, hay un buen porcentaje de gasto destinado a seguridad y un menor --pero nada despreciable-- que va a estudios, marketing, comunicación y adaptación de servicios.

Por el lado de los beneficios, la medición se hace más complicada. Partiendo de la base de que las inversiones son cada vez más elevadas (y que el coste de la deuda suele extenderse en el tiempo) para ser auténticamente rentables no sólo debieran arrojar un "saldo" positivo en números, sino permitir que la inversión en infraestructuras suponga un retorno real para la ciudad anfitriona.

Nada mejor que ir a los ejemplos. En general, hay cierto consenso en que los beneficios directos que la ciudad (y país) ganan difícilmente permiten cubrir costes. Incluso en el caso de Londres en 2012, que marcó un récord en ingresos. Las mayores fuentes residen en entradas, patrocinios, turismo y porcentaje sobre el paquete televisivo. De hecho, hasta Los Angeles 1984 ninguna organización había recogido beneficios en los números oficiales. Lo mismo ocurrió en las dos siguientes ediciones, Seúl y Barcelona. Sidney (2000) son unánimemente considerados los más exitosos juegos, pero es un logro que no se ha repetido.

En el caso de aprovechamiento de infraestructuras, los resultados son igualmente dispares. Si para Tokyo (1964) o Seúl (1988) significaron un tremendo salto que tuvo un efecto medible en el crecimiento anterior y posterior, lo que dejaron en Atenas fue un enorme montón de deuda. Un caso similar a los lejanos de Amberes (1920), que sufrió un engañoso "efecto champán" que la ciudad tardó en pagar cinco largas décadas.

No es demasiado aventurado decir que Río no será un éxito económico. Así que cabe preguntarse por qué una ciudad se lanzaría al desafío de acoger unos Juegos. La respuesta ya no está en las cifras: el posicionamiento o la necesidad de un impulso como país.

Citius, altius, ¿carus? Lo usual sea que veamos países con economías menos consolidadas optando a acoger los próximos grandes eventos. O países que tengan asegurada que su inversión será sobre infraestructuras ya existentes, para rentabilizar la inversión (caso de Tokyo en 2020). Y a disfrutar la competición.