Cuando llega febrero y con él los premios Oscar que reparte la Academia del cine de Hollywood, no tengo por menos que recordar con cierta nostalgia lo que, a mi modo de ver y entender, fue una injusticia, con toda probabilidad involuntaria, que se cometió hace ya unos cuantos años con una película francesa. Me refiero a la película Los chicos del coro (Les choristes), dirigida por Christophe Barratier en el año 2004. Estaba nominada al Oscar a la mejor película en habla no inglesa. Y precisamente fue una película española Mar adentro, de Amenábar la que fue galardonada con el Oscar aquel año en esa categoría.

Los académicos del cine que tomaron esa decisión, sin duda, estarían convencidos de que la mejor película era la española. Y yo, como español, estoy encantado con los triunfos de nuestro cine y sobre todo si se consiguen a nivel internacional fuera de nuestras fronteras, pero, a veces, pienso que el marketing y la publicidad hacen que la balanza, en la decisión por una película u otra, se incline hacia un lado que, posiblemente, no fuera realmente el justo y correcto, aunque en este caso concreto nos favoreciera a nosotros.

Ocurre, a veces, en importantes y prestigiosos concursos de canciones, por ejemplo, donde la canción ganadora solamente se escucha el día del festival y no se vuelve a saber nada de ella. Sin embargo, la que no fue ganadora y quedó en segundo o tercer puesto se convierte en un éxito rotundo que, paradójicamente, no alcanzó en el propio concurso. Que la película de Amenábar es maravillosa no lo pongo en duda. Que ganar 14 Goyas no lo hace cualquiera y que Javier Bardem, Belén Rueda y los demás compañeros actores y actrices hacen un papel maravilloso no lo dudo en absoluto, pero creo, con toda humildad y con todo el atrevimiento que mi ignorancia de crítico cinematográfico me permite, que ese año, en la gala de los Oscar de la Academia de Hollywood, se equivocaron no premiando a la película francesa.

Y no voy a entrar en comparaciones de cifras de recaudación porque, verdaderamente, no hay color entre una y otra. Además de las recaudaciones directas en las salas de cine de todo el mundo, están las recaudaciones indirectas, con todo tipo de actuaciones y galas, que la propia película y sus actores han conseguido. Incluso hasta hoy, catorce años después, se sigue hablando de ella como si estuviera recién estrenada, consiguiendo recursos, cada año, para muchas organizaciones que lo necesitan. Nosotros la seguimos disfrutando con nuestros alumnos en las aulas. Es una joya cinematográfica con cantidad de valores educativos que sabemos aprovechar y compartir con nuestros jóvenes. Por eso, cada año, apenas llega febrero, el color y el olor de la «mimosa» y el canto del «chamarín» nos vienen acompañados de la sintonía maravillosa del canto de aquellos niños franceses, con voces claras, que hicieron que a la película de Amenábar se la llevara el mar demasiado adentro.