No escribimos porque no queremos, no por falta de temas. Ya lo dijo Bécquer, en su rima cuarta, que empieza con un verso que hemos comentado mil veces como alumnos y como profesores. No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía . En sus estrofas el poeta enumera los temas que considera esenciales: el amor, el misterio, la naturaleza... Bécquer murió hace ciento cincuenta años pero sus rimas siguen leyéndose en los institutos, y más de uno se emociona aún y descubre el amor gracias a pupilas azules y arpas sin sonido.

Seguimos leyendo sus rimas amorosas pero también las más amargas, aquellas en las que habita el olvido y la muerte de la pasión convertida en desencanto. Hoy más que nunca sus versos tienen sentido. Yo los recuerdo cada vez que hojeo un periódico y trato de buscar temas para esta columna, por ejemplo. O rebusco en las notas que duermen del salón en el ángulo oscuro. Y me asaltan noticias o recuerdos de los que no quiero escribir, algunos por tristes, otros, por obscenos, impúdicos, torpes, ofensivos al pudor. Tendemos a pensar que lo obsceno se refiere solo al sexo, cuando existe más obscenidad en el despilfarro del dinero público, en la ostentación de este despilfarro a manos llenas, en la creencia de la invulnerabilidad basada en la aquiescencia y el silencio de medios de comunicación y políticos de uno y otro signo convertidos en palmeros, como si estuviéramos en otro siglo, y en la burla de que basta salir del país para evadir cualquier responsabilidad, eso sí, en avión privado pero con seguridad pública. Ya lo dijo Bécquer, mucho mejor que yo.

Temas hay de sobra. No vamos a enfangarnos en pleitesías, recuerdos falsificados e indignidades que por fin están saliendo a la luz. Esperemos a ver qué se hace con los responsables, cómo se juzga la avaricia de quienes tenían todo y seguían insatisfechos. Mientras tanto, hablemos de besos, ondas de luz, cendales de espuma, átomos del aire y oscuras golondrinas, de la alegría del amor, de sus tristezas, sobre todo de la poesía, y dejemos la miseria moral como alimento de la codicia sin fin de quienes tenían que dar ejemplo y eligieron no hacerlo. H