Televisión Española ha vuelto a escribir una página en la historia de la televisión y lo hace, una vez más, con un programa musical. Como ya ocurrió en los años de esplendor de la burbuja inmobiliaria, todo el país vibra al unísono con el talento encriptado en las ondas de Torre España. Operación Triunfo pone cara a la esperanza de millones de jóvenes españoles que, al igual que los denominados dreamers --los jóvenes migrantes que entraron sin papeles en los Estados Unidos-- esperan a que alguien les dé la oportunidad de hacer realidad sus sueños. Es el efecto llamada, el mismo que da título a la exitosa película de los Javis, profesores de la academia de OT.

Los carismáticos Amaia y Alfred se han convertido en una metáfora a la vez maravillosa y siniestra de un país que sigue siendo tierra extraña para la creatividad y el talento. La televisión pública pretende erigirse ahora en mecenas del arte, sin apenas disimular sus ansias de negocio. Estremece escuchar la voz de Amaia interpretando los cinco minutos que hicieron eterna la canción de Víctor Jara. Al cantarnos la historia de Amanda y Manuel, hemos vuelto a recordar que los obreros deshumanizados de las fábricas tenían alma, a pesar de que fueran tratados como fuerza bruta de trabajo.

La palabra psique en griego significaba a la vez alma y mariposa. La filosofía renunció hace ya mucho tiempo a encontrar una prueba irrefutable de la existencia del alma. La música de verdad tiene, por el contrario, algo de metafísica y parece empeñada en demostrar que los seres humanos somos algo más que clientes y consumidores. Como afirmaba Fray Luis de León en su bella Oda a Salinas, la música, en su afán por alcanzar las esferas celestes, quiere vencer la resistencia del aire y traspasar la atmósfera que nos recluye en nuestra condición material. Amaia tiene alma, su voz parece por minutos remontar el aire como una magnífica mariposa y hacerse eterna. En este lance corre el riesgo (como ya advirtiera San Juan de la Cruz) de dar caza al alcance, sumergiéndose en una oscuridad tan inmensa como el cielo alcanzado. Amaia, como millones de jóvenes esperanzados, va a encontrar muchas resistencias en su camino. Sus sueños corren el riesgo de ser instrumentalizados, su alma puede acabar transformándose en royalty. De las consecuencias de dicha metamorfosis sabe mucho Televisión Española, que históricamente ha sido una fábrica de juguetes rotos como Marisol, que abandonaron para siempre el mundo del espectáculo. Los adultos sabemos que el desencanto forma parte de la vida, pero necesitamos creer, como la juventud entusiasta, que el arte y la música siguen siendo hoy una promesa de libertad. Los jóvenes del 15M llenaron las plazas de proclamas que gritaban que sus sueños no cabían en las urnas de políticos corrompidos por el dinero. No podemos permitirnos otra generación milenial que acabe viendo cómo sus sueños de igualdad y de justicia social --los mismos que laten escondidos en las canciones de Víctor Jara-- terminan olvidados en las páginas de papel cuché de las revistas del corazón. La vida no es eterna en los cinco minutos que dura el pico de oro del momento de máxima audiencia del día. Los sueños de juventud no caben en vuestras cuotas de pantalla.