WUwn año después de que las tropas de Estados Unidos entraran en Bagdad y derribaran la estatua de Sadam Husein , símbolo del odiado régimen, Irak está de nuevo en guerra.

Los blindados, los aviones y los helicópteros del primer Ejército del mundo recurren a toda su potencia para combatir a una guerrilla alimentada por los errores estratégicos, la torpeza política, la arrogancia militar y la ignorancia de la compleja realidad de un Irak balcanizado al que se pretende imponer una democracia. El balance de un año de administración directa de EEUU no puede ser más desastroso: la comunidad shií, martirizada por Sadam, se une con sus verdugos sunís para colocar al ocupante en una situación insostenible mientras el Gobierno provisional iraquí se desvanece.

La administración norteamericana, incapaz de garantizar la seguridad, opta por el recurso a las armas cuando es evidente que no hay salida militar para tanta desgracia. Y esta obcecación belicista impide que la coalición ocupante se fortalezca. Pero Bush se resiste a emprender el único camino viable: la legitimación internacional, a través de la ONU, y una estrategia pública creíble asumida por líderes iraquís más representativos.