Badajoz amaneció ayer acongojada: cuando la mayoría de sus vecinos dormían tres jóvenes de entre 17 y 27 años --dos chicos y una chica, la más pequeña de los tres-- perdían la vida al precipitarse el coche en el que viajaban al río Guadiana. Otras dos mujeres resultaron heridas, una de ellas de extrema gravedad.

Las causas del accidente no están oficialmente determinadas, pero los indicios no permiten dudar de que el coche --un potente BMW de la serie 3-- iba a una velocidad superior a la permitida porque chocó en el bordillo derecho, en dirección a su marcha, salió rebotado hacia el otro lado de la calzada, rompió el pretil del puente y se precipitó a una zona arbolada cerca del cauce. En el pavimento dejó un rastro de frenada de 67 metros. Además, la policía ha informado de que ninguno de los 5 ocupantes del coche llevaba puesto el cinturón de seguridad.

Otra tragedia de tráfico. Desde junio del año pasado 11 jóvenes extremeños han dejado la vida en el asfalto. Si igual número de muertes se hubiera producido por un mal uso de los quirófanos de un hospital del SES, por ejemplo, habría estallado poco menos que una rebelión social y se habría producido una crisis política. Pero si se trata de muertes como consecuencia del mal uso de las normas de conducir parece que la sociedad no asume que haya culpables. La sociedad española no acaba de sentir que es responsable del goteo dramático de las muertes en la carretera. Para cambiar este enfoque no bastan anuncios en la tele. Habrá que hacer de la Educación Vial una asignatura en las escuelas.