WSw ería un buen servicio a la razón, la decencia y la higiene democrática que los restos de Francisco Franco fuesen exhumados de la tumba que ocupa en un lugar destacado del Valle de los Caídos y llevados a un cementerio sin la enorme carga simbólica de dolor y represión que aún hoy tiene ese monumento que se alza en la madrileña sierra de Guadarrama. El traslado, que es lo que probablemente propondrá una comisión de expertos nombrada por el Gobierno, no podrá ser realidad antes de las elecciones del 20-N --curiosamente, el aniversario de la muerte del dictador--, pero convendría que después se materializase a no tardar.

Franco lleva reposando ya en ese mausoleo tantos años, 36, como los que amordazó a España. Y esa permanencia convierte en imposible el ya muy difícil empeño de transformar el Valle de los Caídos en un lugar que recuerde y reconcilie a los dos bandos de la guerra civil. Porque esa aparente neutralidad del lugar, como cínicamente pretendieron la Iglesia y el último franquismo, no la otorga el hecho de que haya decenas de miles de víctimas de una y otra parte. Para unas, las llamadas nacionales, fue concebido como un panteón de honor; para las otras, las republicanas, como una continuación de la cárcel y una tumba que construyeron con sus propias manos. Como no es posible desmantelar el Valle de los Caídos, lo menos que se puede esperar es que Franco no lo presida. Para que sus víctimas descansen en paz.