TYta sabemos todos que el problema de la inmigración encierra unas dificultades inmensas que aconsejan no hacer ninguna demagogia con el mismo, porque nadie es capaz de aportar unas soluciones mínimamente satisfactorias y de efecto inmediato.

Pero también deberíamos de saber que hay pretendidas soluciones que nunca deberían de aplicarse. Me refiero, desde luego, a aquellas que entrañan el riesgo de muerte o de consecuencias indeseables para el inmigrante.

Un Gobierno progresista y de izquierdas como dice ser el actual tendría que ser más exigente con estas cosas. Escuchando el testimonio del delegado de Médicos sin Fronteras en Marruecos, yo me hacía cruces, después de habérmelas hecho con los seis muertos por los tiros marroquíes junto a la frontera de Melilla, suceso sobre el que nuestro Gobierno está obligado a investigar y a exigir todo lo imaginable a su vecino del sur. Ya no es la integridad física ni el hambre ni la miseria de esas gentes: es su vida misma la que está en juego. El delegado de MSF trazaba un panorama sobrecogedor de la situación de los expulsados desde España o entrados clandestinamente por la frontera argelina. Los derechos humanos no están para proclamarlos, están para aplicarlos estrictamente en todo momento y en todo lugar. Lo demás son monsergas, falacias, cinismos y actitudes farisaicas.

Abandonar a su suerte a centenares de personas en el desierto, sin comida y sin agua, me parece que es un comportamiento que jamás puede justificarse y sobre el que nadie tiene derecho a mirar para otro lado, y menos un Gobierno como el nuestro. Por eso están bien los viajes que se anuncian hacia allá del ministro de Exteriores, el realizado por la vicepresidenta e incluso el anunciado de la adjunta del Defensor del Pueblo. Pero lo que urgen son soluciones inmediatas y efectivas a la desoladora situación de tantas personas desgraciadas y pobres, ya que no vemos soluciones al problema de fondo de la inmigración nada más que a largo plazo y en forma de cooperación masiva con los países emisores.

Abandonar a su suerte a centenares de personas en el desierto, sin comida y sin agua, es una conducta que jamás puede justificarse y sobre el que nadie tiene derecho a mirar para otro lado, y mucho menos un gobierno como el nuestro