TStse cumplen por estos días tres años de que el gigante financiero Lehman Brothers se desplomara de la noche a la mañana como un castillo de naipes. Fue la señal elocuente de que la crisis de las hipotecas basura había tocado el corazón del sistema financiero en EEUU. En este tiempo hemos podido comprobar la magnitud de la catástrofe que entonces se avecinaba y hemos podido trazar los contornos de un monstruo que se ha demostrado mutante. El virus se extendió rápidamente y viajó al otro lado del Atlántico, transitó desde las instituciones financieras al tejido empresarial, pasó de la economía especulativa a la economía real, y los estragos producidos en los bolsillos de los ciudadanos y en los balances de los bancos sumados al esfuerzo que los Estados tuvieron que hacer para sostener el sistema financiero dejaron las arcas públicas de algunos países en estado de shock y propiciaron la última mutación. Si al comienzo fueron las entidades bancarias las que se asomaron al abismo de la quiebra hoy son los Estados los que miran con temor la pronunciada pendiente.

En estos tres años han salido de las arcas públicas estadounidenses y europeas trece billones de euros para combatir los estragos de la crisis y restaurar las grietas abiertas en la economía mundial. Produce melancolía pensar qué hubiera sido si una parte de esa ingente cantidad de dinero se hubiera empleado en otros menesteres, por ejemplo, en levantar una red de vigilancia que hubiera detectado y perseguido los desmanes y a sus autores. Pero eso es ficción.

La realidad es que la gangrena no remite y que la desconfianza en la economía se ha transmutado en desconfianza sobre la capacidad política para afrontar la crisis, materia en la que la Unión Europea está dando un espectáculo inenarrable. El tándem Alemania-Francia parece haber suplantado a las instituciones comunitarias, cuando éstas se reúnen, los compromisos tardan en llegar, si finalmente se adquieren, se demora su cumplimiento hasta límites insoportables. Tampoco se percibe una sola voz a la hora de aportar soluciones: si Barroso apuesta por los eurobonos, alemanes y austriacos se tientan los bolsillos. Aquellos que un día fueron socios, y buenos clientes, parecen ahora apestados compañeros de viaje. Antes o después la Unión Europea tendrá que decidir qué quiere ser de mayor, para no dar la sensación de que no hemos dejado de ser un club de intereses que funciona de maravilla cuando los vientos son favorables, pero que se gripa cuando vienen mal dadas.