Sofocada la sanjurjada en Sevilla, el general Sanjurjo huyó de la capital andaluza en automóvil. Al ser detenido en Huelva, pronunció una de esas frases inequívocas de un país tremendista:

—Es divertido jugar con la vida y la muerte.

Además de presagiar el millón de cadáveres que acarrearía la Guerra Civil cuatro años más tarde, la sentencia sirve como divisa de los datos suministrados con notoria frivolidad por el Gobierno, alrededor de las víctimas mortales de la pandemia.

España ha decretado que no tendrá ni un muerto más por coronavirus, y esta promesa se está cumpliendo a rajatabla. Los 27.136 en que se atascó el contador apuntaban a una cifra insuperable. En el país de la memoria histórica y la desmemoria contemporánea, no importa el desprecio a los fallecidos, para quienes la exacción supone un agravio adicional. No debieron hacerlo, qué se creían, no tienen derecho ni a engrosar un recuento. La realidad, si esa palabra tiene algún sentido, sitúa el balance mortal más cerca de los cincuenta mil fallecidos.

Enlazando con el desprecio irredento a los datos científicos, el Gobierno resucitó a unos miles de muertos en plena galopada. En todo momento se ha comportado como si disfrutara de una autonomía contable. Las instancias internacionales están obligadas a acudir al rescate económico cuantas veces haga falta y sin limitación de precios, pero en la lista de contrapartidas no figura ni un mínimo rigor estadístico. En contra de los etéreos comentarios de Fernando Simón a cada rueda de prensa, los criterios de la OMS son estrictos, y obligan a incluir los casos supuestos entre los fallecimientos por la Covid. Frente a esta constatación burocrática, la autoridad expone el criterio daliniano de que un muerto no es lo mismo en Madrid que en Barcelona.

En su protocolaria Orientación internacional para certificar que la Covid-19 ha provocado un fallecimiento, la OMS exige que esta clasificación se adopte «en el certificado médico de causa de muerte para todos los fallecidos donde la enfermedad causó, se supone que causó o contribuyó a esa muerte». Es decir, la mera contribución colateral supone la adjudicació causal, la Organización no distingue entre «caso posible o confirmado», la disyuntiva que el malabarista Simón maneja para defender sus datos disparatados. No se trata de defender el criterio internacional frente a otros igual de irreprochables, sino de proclamar en su caso con hidalguía el apartamiento deliberado de la normativa.

El Gobierno trata a la OMS con el mismo desprecio que Trump, pero sin el estrépito del presidente americano. Aunque la contabilidad española ni siquiera respeta a los muertos por coronavirus, el organismo rector obliga a incorporar no solo los muertos con coronavirus, sino también los muertos del coronavirus en cuanto víctimas provocadas por el impacto irreversible que ha tenido la pandemia. En una consideración sociológica, habría que considerar incluso a gran parte de los fallecidos sin el coronavirus. Si un ciudadano renunció a la asistencia médica por miedo a contagiarse de coronavirus en el hospital, ¿cuál es la causa de su muerte? No cabe exageración, el salto en el Registro Civil entre las defunciones de 2019 y 2020 no tiene otra causa que la Covid, puesto que constituye la única novedad reseñable si no absoluta del ejercicio. De nuevo, el abismo entre los 27 y los cincuenta mil.

La tozudez de Simón tiene que ver con la aberración que suponen los datos disparados de Madrid, vigentes todavía hoy y ya con una preocupante constancia. Es curioso que la distancia a la capital sea el principal criterio para que se rebajen los contagios del coronavirus. Esta ley no solo se presenta en España, también se respeta en países vecinos como Portugal o Argelia. Sin embargo, solo aquí se ha procedido a una sacralización de la capital, con una repercusión letal que discernirán futuros estudios. Aunque solo en el caso de que subsista algún dato fiable para sustentarlos.

Cualquier tendencia de la pandemia en curso es visible en su predecesora, que no es el SARS sino el sida. El estigma de las víctimas condujo a que los efectos devastadores del VIH se disfrazaran de las enfermedades concomitantes, por ejemplo la pulmonía. Es posible que el listado de derechos humanos deba añadir la elección de la causa de la propia muerte. Sin embargo, el dudoso beneficio individual de esta selección lesiona de modo importante a la colectividad. La asignación falsa del motivo de un óbito oculta la realidad de los peligros que acechan a la sociedad. Es contradictorio culpar a China de ocultar la penetración de la Covid, y montar a continuación un abanico de subterfugios para disimular la presencia real del coronavirus. El mundo está pagando muy caras las consecuencias de pecar por defecto.

*Periodista.