Hoy tendría que oler a tierra mojada y deberíamos haber estrenado ya la ropa de otoño.

Deberíamos haber repuesto el paraguas descuajeringado por un golpe de viento en abril. Este malestar de cabeza, y este estornudar sin descanso debería deberse a un catarro otoñal producido por un remojón repentino o por habernos dejado la ventana abierta de noche durante una bajada brusca de temperaturas, o por no abrigarnos tras sudar después de un pádel.

No a una alergia producto de los ácaros del polvo, la floración de los cipreses o vaya usted a saber qué polen irreductible al que le da por torturar a nuestro sistema inmunológico con ayuda de una sequedad propia del agosto más mesetario.

Ahora tendrían que empezar a apetecer al caer la tarde unas sopitas de ajo, no un gazpacho, y un chocolate con churros, no un helado.

Durante el puente del Pilar, los destinos de ocio más demandados tendrían que haber sido casas rurales y parajes de interior, en una época en que tendría que pisarse ya la hierba y recogerse alguna seta y protegerse por la noche del aguazo, cuando los colores tendrían que ser el verde del esmeralda al botella, no el gris y el negro de una tierra que no puede más. Hoy tendríamos que sufrir por la sequía y reclamar soluciones, seguir luchando por un tren digno, reflexionar sobre esa escandalosa cifra de personas en riesgo de pobreza en Extremadura y preguntarnos si responde a la verdad y no a la manipulación.

Sería buena época para hablar del otoño cultural, de la programación de la Filmoteca, de la temporada de la Orquesta de Extremadura que se inaugura, o de por qué el gobierno de Vara se niega a que se abra una universidad privada en Plasencia.

Hoy sería el día para llorar con fraternidad verdadera los incendios en Galicia, Asturias, León y Portugal, para gritar sin voces desde el fondo del corazón que ¡Nunca más! sin que nadie intentara utilizar la horrenda tragedia en provecho de sus intereses políticos.

Hoy parece que por fin va a llover. Parece que el otoño va a serlo de una vez.

A ver si además, en España se habla por fin de lo que importa a tantos olvidados del norte, del sur y del oeste, que no todo es nordeste.

Ni es el todo unos pocos que se han enseñoreado de la actualidad, de manera grave y desleal, sí, pero a los que por esa y muchas más razones debemos poner en su sitio. Con sensatez, ponderación y calma. Hay otros problemas, amigo lector, que van más allá de esos numerosos catalanes, que no representan a toda Cataluña, tan mal acostumbrados a creerse el centro de la galaxia.