TEtntre las muchas facultades que adornan a la especie humana, entre eso que en otras épocas nuestros maestros llamaban valores humanos, se encontraba la paciencia. Dentro de las acepciones que esta palabra tiene en el diccionario de la Real Academia, nos encontramos con la alusión a la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse y también a la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. Sin embargo, hay que avanzar más en la escala de acepciones de tan valiosa facultad, para que aparezcan las verdaderas protagonistas que proveen de sentido a la paciencia: las personas. Sólo por la intervención e interacción de las personas, esta facultad revierte en la cotidiana actitud de convertir lo que en principio era positivo en negativo; es decir, la tolerancia en intolerancia por la mengua del honor e incluso por la tomadura de pelo que implica una espera que se sabe infructuosa. La paciencia así se va consumiendo poco a poco, se desgasta y se agota.

Nadie ha dicho que nuestra sociedad sea perfecta, pero mal síntoma es que quienes piden paciencia y quienes acaban por perderla sean, casi siempre, los mismos. Nada que ver con la conjunción de paz y ciencia.

*Psicólogo social