En el momento de escribir esto el ‘paciente cero’, el joven que procedente de Almería llegó a Navalmoral de la Mata el pasado 24 de mayo, sigue en paradero desconocido, y se ignora por tanto si continúa siendo portador del coronavirus y puede transmitirlo a otras personas como, al parecer, habría hecho en la capital del Campo Arañuelo.

No sabemos quién es, su nombre, de qué país procede, en qué situación se encuentra, y qué motivos le trajeron a la Península; tampoco, por lo ocurrido en otros casos, si ese paciente, o ya ex paciente porque ha superado la infección, no sabemos, anda camino de otros países que suelen ser destino perseguido, la próspera Francia por ejemplo, desde este otro que se usa como puente y es España.

La oenegé Cepaim, que trabaja en Navalmoral por la integración de personas migrantes, recogió en Almería el pasado 23 de mayo a un grupo de 20 personas para, a ocho como máximo por autobús en vehículos de 50 plazas, irlos distribuyendo por sus centros de acogida, y el 24 llegó a Extremadura. En Almería al no presentar mal estado no se le hizo prueba PCR, al igual que tampoco se le hace a cualquier turista alemán que llega en avión a Barajas y basta con un reconocimiento preliminar, básicamente toma de temperatura.

Desde que llegó a Extremadura el ‘paciente cero’, según algunas fuentes, se mantuvo en cuarentena aunque a la vista de los hechos esa cuarentena no ha sido efectiva. Un compañero con el que tuvo bastante contacto, acogido en Soria, empieza a tener síntomas y el 28 da positivo en la PCR, por lo que se avisa a Navalmoral donde tres días después su compañero de viaje muestra los primeros síntomas y a las pocas horas se confirma la presencia del coronavirus.

No sabemos de qué huía. Si de la hambruna, la desesperanza, los conflictos, la falta de libertad, o qué perspectivas tenía; si también estaba deslumbrado por la vida en la lujosa Europa, comparada con su tierra, o por lo que contaban por teléfono, desde aquella, amigos y vecinos que ya vinieron. No es descartable que huyera también del propio coronavirus, de cuyo desarrollo en África apenas tenemos noticias porque esos países carecen de sistemas de información puesto que sus escasos recursos sanitarios estarán más atareados intentando salvar vidas que rellenando estadísticas.

Pillar el coronavirus en peripecias como las de esas personas, desde sus pueblos de origen hasta llegar exhaustos a una playa o un barco de salvamento, es lo menos que te puede pasar, aunque seas joven y fuerte, y con ganas de trabajar y buscarte un futuro en la vieja Europa. El ‘paciente cero’, que apenas ha empezado a poder imaginar su sueño, se encuentra de pronto en una consulta médica, con personajes de bata blanca hablando en un idioma que no entiende, y le dicen que una vez que ha llegado no puede empezar a volar, sino que tiene que permanecer encerrado hasta que el laboratorio depare dos análisis negativos.

la alarma de los que estábamos seguros, o eso creíamos hasta que ha pasado todo esto, es lógico que se pueda disparar. Al fin y al cabo un príncipe belga que viene de fiesta a ver a su novia en Córdoba, en avión y AVE, raramente se va a cruzar en nuestro camino, quizá le veamos pasar tras los cristales ahumados de un Mercedes igualmente de color oscuro; va a sitios selectos y escogidos, con pocas personas, lo que no impide que nos hayamos escandalizado y cabreado, mucho, por lo que hizo. Nadie se planteó por qué no le hicieron la PCR en Barajas: venía de un rico país maestro en chocolates y cervezas, y nada malo se podía esperar de él.

Sí sin embargo del ‘paciente cero’, que es de esos que se ganan la vida por la calle y que, también ignoramos por qué, ha cogido las de Villadiego, si es que realmente entiende y conoce su situación, lo que no le exime de ser un peligro sanitario público y andante.

* Periodista