La crisis económica es dantesca. El fantasma del paro está de vuelta. El hambre también mata. Y no vale argumentar memeces. Hemos frenado en seco la economía, esa misma economía que permite pagar las medicinas, los galenos y hasta los hospitales. La que pone el pan en nuestra mesa. La economía nuestra de cada día. Y esto no son cuentos (son cuentas).

Este Gobierno no tiene capacidad alguna para doblarle el curso a la crisis económica. Todas sus medidas corren por cuenta de bolsillos ajenos: que si los bancos, que si los arrendadores, que si las eléctricas, que si Europa,... Pero eso no cabe achacarlo solo a su incapacidad o a su imprevisión (que también), eso es el fruto de tener las arcas vacías. Estamos tiesos. España lleva endeudándose sin mesura desde hace décadas. ¿Habrá ahora para pagar, no ya las pensiones (que tampoco), sino las crecientes prestaciones por desempleo? No. Evidentemente, no. Hay necesidad.

Pero hay más. Aquí va a estallar una crisis social. Más de tres y de cuatro (millones de) españoles viven en la cara B de la economía. A muchos de ellos la crisis les ha cerrado abruptamente el negocio y no tienen alternativa; pero comen (y saben donde están los supermercados). Ellos, y otros muchos, están abocados a la penuria (y al crimen). Ese es el escenario del drama. Hay urgencia.

Hay necesidad y hay urgencia. El Estado español está al borde del rescate. O sea, de la intervención. Hasta este acantilado hemos llegado (o nos han traído). En estas circunstancias, solo cabe, salvo militancias sectarias, el pacto de estado. El pacto de los más frente a los menos. Ante el abismo, solo es razonable la unidad.

El PSOE tiene la llave. Es manifiesta la tensión entre socialistas y comunistas. Los comunistas, lo enseña la historia, tienden a merendar socialistas. Pero no todos los socialistas están rendidos a ser cómplices de lo que consideran, como consideramos la mayoría de los españoles, un descalabro mayúsculo: la voladura de la economía nacional y la almoneda de las libertades. A estas alturas, por mucho que le engolosinen el oído, Sánchez sabe que no saldrá reforzado. Los dados no le van a sonreír como cuando reconquistó el partido. La pregunta ahora sería ¿con quién está Iván Redondo? Iván desea pasar a la historia como un metagurú y Pablo Iglesias le ofrece el triple salto mortal sobre lecho de fuego y piscina de ácido. Iván no es comunista, más bien nacionalista vasco (o sea, de derechas de toda la vida), pero por ese camino no escribirán su nombre en las enciclopedias. En esa concomitancia, ambos pueden parasitarse mutuamente.

Pero queda raciocinio, en el PSOE y en el PP, para un pacto de estado capaz de impedir el descarrilamiento nacional. Europa impondrá sus condiciones. Estamos condenados a disparar la deuda y, por ende, los ajustes. En esa tarea no caben chalados. Ni saqueadores del poder. Es la hora cierta de cambiar la seda por el percal, la hora de cambiar la propaganda por la verdad. Es la hora de contagiarnos de vida, no de muerte. La hora es ya. El PSOE, por ser el partido más votado, debe ocupar la presidencia; sea Sánchez o sea Calviño. Y si fuera algo parecido a un hombre (o mujer) de estado, mejor. Pero con un pacto nacional que garantice la salida, ordenada y honorable, de este embrollo. Y ahí es el PP el que tiene que tender la mano. Si fueron posibles los Pactos de la Moncloa cuando otra grave crisis económica devoraba el naciente orden político, un pacto de estado debe ser posible hoy también. Y luego, dentro de un año o poco más, elecciones. Sencillo de entender salvo para arribistas sin escrúpulos. ¡Cuídense de ellos!