Autor teatral

Sospecho, supongo, que pactar es un infinitivo de toma y daca. Se pacta --pienso-- porque se deben de aproximar apreciaciones y posturas. Un suponer: ni Bush ni Aznar pactan, sino que por cojones, quieren quedarse con el petróleo de los iraquís y con las almas de sus moradores, que Alá los proteja. Me pierdo en cuanto me doy cuenta: no lo puedo remediar. Pero como a Julián, el director, le enerva los nervios que nos perdamos en las tragedias de las mil y una noches, pues al grano, al solar patrio, que también tiene mandanga.

Los extremeños hemos pactado todo, o casi: consensuamos una vergüenza de siglos, por ser tales. Acordamos una tierra muda y cabizbaja, por tener un bocio en el corazón; nos repartimos, en un trato, el atraso y la resignación de lo que, sin duda, nos mereceríamos. Pero no todo es pena en estos surcos de primavera, y hoy celebramos ese pacto autonómico, que nos dio identidad y futuro: el que hemos hecho, sin más. O sea, que de pactos y quórum, sabemos un huevo.

Pero un consenso se nos perdía; un acuerdo que tuviera que ver con la misma vida, con todo lo aleatorio que la rodea. Y son historias, imaginaciones de la palabra, que nos templan para el resto de nuestros días. Son las lecturas, el verdadero poso que dictará nuestra existencia. Al menos, en un caso, soy la contradicción de ellas, el abismo del adolescente, que la vida le salía al encuentro, o la negación de esa misma vida, en un subidón nihilista. Soy lo que he leído, de ahí los sudores que le gotearían, a mi psicoanalista, si lo tuviera.

Leer es vivir, y vivir es la razón, para sacudirse la ortodoxia existencia. Alvaro Valverde --maestro y poeta-- es el árbitro de este pacto por la lectura. Así, sin más, suena tan frío, como una negociación de los excedentes de tomates por la acidez de Bruselas. Pero, lo que tengo claro, es que una gestión firme --y seguro que no tan placentera como los versos que escribe o que lee-- es la que llevará a que nuestros niños y adolescentes apuesten por las historias, contadas desde el silencio. Se han hecho públicos los premios a todos los que desde su campo han intervenido, en ese hermoso pacto de la palabra escrita. A todos, gracias. Pero me permitirán que se lo diga, en susurros, a esa Luna de Mérida , de la cual soy un selenita. Mariano es cabezón, tanto por dentro como por fuera. Ana es tan delicada y blanca, como las letras negras que acompañan su empeño. Los dos apostaron por todo lo que conllevara el mutismo de leer. Hicieron de Mérida un oasis de la palabra, la escrita y la de voz alzada, en tantos pactos por esas lecturas. Ahora nos toca pactar, con los que vendrán, los que ya están aquí y encuentren en la inmensa biblioteca que se ha convertido Extremadura, el eco de la historia, que nunca los ha de desenganchar.

Un pacto por la lectura es un pacto por el diálogo, por la convivencia y por el sentido común. Si Bush hubiera leído El Quijote y Aznar a Sancho Panza, hoy su guerra sería Dulcinea o una ínsula de Barataria. No a la guerra.