XOxbservamos diariamente la masiva y generalizada utilización del coche privado en nuestras ciudades y el desproporcionado espacio urbano que consume en detrimento de otros medios de transporte, lo que produce no pocos costes ambientales y económicos, sino también importantes desajustes en la calidad de vida de las sociedades urbanas. Qué duda cabe que las condiciones morfológicas de cada ciudad requerirán soluciones de movilidad distintas. Pero, dejando de lado las diferencias, está claro que hay problemas comunes y soluciones generales.

Afrontar el problema significa que hay que tener muy claro la ciudad en la que se quiere vivir y esto tiene que ver con el concepto de calidad de vida que se tenga. Aquí es donde el proyecto de ciudad debe identificar los elementos que intervienen, y buscar la cohesión social, la compatibilidad entre el medio urbano y sus moradores: es decir, qué hacemos con peatones, vehículos privados de todo tipo y transporte público; cómo satisfacemos las necesidades generales de la población en cuanto a, por ejemplo, actividades comerciales y de ocio, y de zonas sensibles como hospitales y colegios; habrá que jerarquizar el viario estableciendo itinerarios, tanto rodados como peatonales y compartidos, o bien exclusivos y excluyentes para unos y otros; y las pautas de actuación a seguir con cada uno de estos factores.

En todas las ciudades el abuso del automóvil es un problema porque ahoga la circulación en el centro, por esto los autobuses urbanos no pueden circular con fluidez y les resulta imposible cumplir los horarios y frecuencias, de ahí que los posibles usuarios prefieran utilizar el coche particular. Acrecienta el problema el que se olvide que la velocidad comercial también tiene importancia.

Nadie que pretenda viajar de un extremo a otro de la ciudad subirá a un autobús que entre en todos los barrios y pare en todos los puntos; por tanto, para viajes largos es necesario ubicar paradas en vías radiales, y realizar pocas detenciones; y para unir los barrios con el centro habría que establecer itinerarios cortos y frecuentes, con puntos de detenciones momentáneas en el centro. Si a esto le añadimos una ordenanza municipal que establezca la prioridad de paso en todos los cruces para el transporte público sobre el vehículo particular, aquél mejorará y habremos conseguido que buena parte de los conductores dejen el coche en casa.

Otro problema que requiere solución es el reparto del viario. El uso de las calles necesita de turnos horarios y diarios entre los diferentes vehículos, y entre éstos y las personas. Este es un problema que no se reduce a zonas de carga y descarga y a calles peatonales y rodadas.

Parece entonces que algunos criterios a tener en cuenta pueden ser:

Que potenciar la peatonalización no significa hacer aceras más anchas y calles más estrechas sino establecer recorridos que no se vean interrumpidos, de modo que el ciudadano se vea obligado a cruzar por donde no debe o que los obstáculos le induzcan a darse la vuelta y coger el coche.

Que potenciar el uso del transporte público haciéndolo competitivo y eficaz permitirá un menor uso progresivo del automóvil en los desplazamientos urbanos, estableciendo itinerarios y tiempos acordes con las demandas, así como la implantación de carriles-bus en los nuevos crecimientos urbanos.

Estudiar un modelo de distribución de mercancías en el que existan suficientes puntos de carga y descarga, así como incentivar el uso de vehículos más pequeños para estas actividades y de puerta a puerta, que favorecerá la fluidez del tráfico y aumentará, sin duda, el atractivo comercial de nuestras calles.

Restringir en zonas congestionadas del centro de las ciudades el uso del automóvil en determinados días festivos en los que no está justificada la movilidad en vehículo propio, a salvo residentes y servicios públicos.

Los ayuntamientos no deberían autorizar tampoco determinadas actividades ligadas, por ejemplo, al servicio del automóvil en zonas del casco histórico o en calles ya saturadas por el tráfico que, sin duda, generarán estacionamientos en doble fila, coches en reparación aparcados en la vía pública, etcétera. Y, por supuesto, la efectiva eliminación de las barreras arquitectónicas en los lugares públicos y en las principales calles, creando y recuperando zonas públicas para estancia y reposo de la población, con previsión anual presupuestaria para este fin, ya que la ciudad es de todos y para todos.

Por lo demás, el control sobre determinadas conductas debe ser efectivo, de lo contrario de nada sirve planificar si no hay vigilancia para hacer cumplir. Sólo así desaparecerá progresivamente la doble fila en las calles, los coches subidos a las aceras, la invasión de los pasos de peatones, la velocidad excesiva, el ruido de los ciclomotores, cruzar por lugares indebidos,...

Sea como fuere, las incomodidades generadas por un concepto del tráfico rodado basado exclusivamente en cambios de dirección en el circuito urbano, que no vaya más allá de reponer señales rotas o repintar pasos de cebra, en modo alguno conduce a una ciudad cómoda, segura y habitable. Por esto merece la pena hacer un esfuerzo e implicar a un amplio abanico de agentes sociales, grupos políticos, y ciudadanos en general, para llegar a un acuerdo que recoja un mínimo de medidas urgentes en materia de tráfico urbano, más allá de la imposición del que manda y de la reserva de ideas para el futuro del que aspira a gobernar. No puede demorarse más en nuestras ciudades un acuerdo público que concierte políticas de movilidad duraderas que mejoren la convivencia.

*Exgerente municipalde Urbanismo de Mérida