WLw os primeros resultados facilitados por la Comisión Electoral Independiente de Irak vienen a confirmar lo que ya se sabía: la necesidad ineludible de que las grandes coaliciones sunís y chiís que participaron en las elecciones del pasado domingo alcancen un acuerdo para formar Gobierno. Ninguna extrapolación de los resultados que se conocen permite aventurar que una candidatura ocupe más de un tercio de los 325 escaños del Parlamento. Eso significa que solo hay dos opciones: o la alianza de adversarios por lealtad institucional o la inestabilidad endémica de un Gabinete en minoría, con las graves consecuencias que tendría en el débil entramado del poder del país.

Para las grandes compañías dispuestas a hacerse cargo de las nuevas concesiones petroleras y para el Gobierno de Estados Unidos, que prevé abandonar las operaciones de combate a finales del próximo mes de agosto, cualquier alternativa diferente al acuerdo de sunís y chiís es una mala noticia. Primero, porque precisan neutralizar a los elementos más levantiscos del equipo del primer ministro en funciones, Nuri al Maliki (de origen chií), y a los acompañantes sunís del exprimer ministro Iyad Alaui en una lista interconfesional. Segundo, porque quieren modular la influencia de Irán en la orientación de la política iraquí, que será mayor si esta queda solo en manos del bando chií.

Pero incluso en el caso de que el acuerdo entre adversarios vea finalmente la luz, el tiempo que lleve concretarlo puede complicar el futuro. El mayor riesgo es que un prolongado vacío de poder --un Gobierno en funciones sin apenas capacidad de llevar la iniciativa política-- reactive la guerra sectaria que estuvo a un paso de hacer volar por los aires el Irak posterior a la invasión, alimente las corrientes secesionistas en el Kurdistán y obligue a una intervención directa de Estados Unidos en los cabildeos poselectorales. Una situación que sería terreno abonado para que medraran en él personajes imprevisibles cuyo medio natural son las aguas turbulentas.

Si tienen algún valor premonitorio las primeras reacciones a los resultados conocidos, hay que reconocer que nada escapa al guión previsto: el frente suní ha hablado de fraude electoral, y el chií, de victoria, por lo que el abismo se abre entre ellos. Es el mismo guión en el que se incluyen la capacidad de la Embajada de Estados Unidos en Bagdad de influir en la voluntad de todos y el peso de líderes ajenos a la contienda electoral, como el ayatolá Alí al Sistani, que tiende a la moderación y al compromiso. Claro que fuera del guión deambulan actores al estilo del clérigo Moqtada al Sadr y de Ahmed Chalabi, cuyo comportamiento escapa a cualquier convención.