Los distintos procesos electorales, saldados con amplia participación en nuestro país, no han resuelto la asignatura pendiente de España que es el de la cooperación y colaboración entre las distintas fuerzas políticas, por el bien común. Todo parece resumirse a conocer y apostar al mejor sillón. Sin importar, en pleno siglo XXI, que la sociedad vive en la exigencia de proporcionar un Estado del Bienestar que se modula, y que parece quedar relegado a más maniobras de imagen que a la realidad.

Desde que se produjeron las votaciones, en abril, este país sigue esperando que los gobiernos se conformen, y que las instituciones dejen de ser parálisis de sus propios dirigente. Menos mal que la ciudadanía funciona, y ya parece como si estuviéramos en otras latitudes, que persisten, a pesar de no haber gobierno. Lo que resulta más incómodo de esta situación es el mercadeo en el que parecen haberse instalado todos los grupos políticos. Y en este mercadeo no hay diferencia entre los denominados bloques de la derecha y la izquierda, y los resultantes nacionalistas.

Y mientras todos se llenan la boca hablando de políticas de Estado, políticas de Estado que quedan subsumidas a debates tan nimios, como paupérrimos. No puede este país dejar de pasar el tiempo, en una especie de espera de desgaste del adversario político, y mientras esto sucede los ciudadanos quedan al albur de estructuras de lobby, que capitalizan y polarizan los grandes intereses del país.

Frente a todo ello, cuestiones como infraestructuras, educación, solidaridad interterritorial o sanidad quedan relegados al debate de siempre, lo residual. Y en todo ello, sigue nuestro país en el discurso catalán, como si la vida del todo fuera limitada a esa parte. Extraño camino en el que nos encontramos, en pleno siglo de modernidad; mientras el debate algunos lo quieren circunscribir a darnos carnets de demócratas, en función del denominado juicio del proces. Como si la prueba del nueve fuera cosa de unos cuantos. Este país se encuentra en la encrucijada de un marco como el de la Unión Europea, fustigado por los nacionalismos rampantes, instalados en el egoísmo de unos cuantos fanatizadores, frente al miedo de la mixtura y de la multiculturalidad. Y en ese escenario nos vamos empequeñeciendo como seres diminutos. Haciendo de esta Europa un escenario más alejado de los grandes centros de poder. Con ese intento de marcar territorio entre EEUU, China y Rusia, como potencias políticas en beligerancia. Y Europa en espera de observar ese escenario, en todo lo que tiene que ver con la influencia política, y también con la económica. Porque no debemos de olvidar que ese empeño en los aranceles y en ese mercado aperturista de Europa estamos siendo una especie de territorio en el que todo cabe, y las exigencias quedan marcadas solo para las empresas de Europa.

Esperemos que ya, por tanto, el deshojar la margarita de los municipios, diputaciones y gobiernos quede ya aclarado, que las maniobras de poder secundadas por la búsqueda del sillón a toda costa quede relegada y todos se pongan a trabajar para el bien común. Porque una vez que las urnas han dictado su veredicto, queda ahora en manos de los representantes gobernar en beneficio y en interés de todos.

No cabe más resquicio que pedirles responsabilidad a nuestros dirigentes, la que entraña dar a esta sociedad los resortes para que los principios del Estado del Bienestar no sean cosas de los que nunca van a tener problemas, porque tienen el privilegio del poder y del dinero.

La historia y la intrahistoria en una España moderna y plural no puede quedar relegada al debate de los personalismo, nacionalismo o frentismo. Se ha evolucionado porque esta sociedad dio hace tiempo un portazo a todos aquellos que querían hacerla presa de un único interés. Y el interés siempre debiera ser de todos.