TLtos resultados electorales registrados en la ciudad de Cáceres dejan un escenario confuso y complicado a la hora de articular una mayoría suficientemente fuerte y estable que pueda gestionar con éxito el gobierno municipal hasta los comicios de 2011.

Alguna fuerza, a través de declaraciones de ciertos portavoces, se arroga su exclusiva legitimidad para configurar un equipo homogéneo de concejales, basándose en supuestas afinidades ideológicas, proyectos políticos similares, parecida concepción económica o incluso repentinas coincidencias filosóficas. Llama la atención el momento y la oportunidad en las que surgen.

El paisaje después de la batalla arroja, sin embargo, una imagen compleja en el que esas opiniones interesadas no suelen reparar. Nos estamos refiriendo a la situación derivada después del 27-M y a las necesidades reales de nuestra ciudad, que exigen un impulso definitivo que la hagan despertar de su prolongado letargo.

Antes bien, se quiere convertir a Cáceres en un campo de experimentación con soluciones agotadas, cuando no en rehén o moneda de cambio de oscuras ambiciones personales.

Dos ideas o modelos de ciudad están en litigio: los que aspiran a gobernar siguiendo la inercia de la legislatura pasada, que se saldó con un fracaso estrepitoso y que tuvo sus mejores réditos en el auxilio del supuesto Leviatán emeritense y los que pretenden dar una vuelta de tuerca y hacer tabula rasa del conformismo imperante con una nueva dinámica que genere ilusión y participación colectivas.

Al fondo, miles de cacereños, votantes de buena fe, observan preocupados cuál será al final el sentido de su decisión en las urnas, cómo se articularán los mandatos y qué ocurrirá el día 16 de junio para que haya por fin un ayuntamiento que genere confianza y apoyo mayoritarios.

Mucho nos jugamos los residentes en esta hermosa y confiada ciudad, que ha crecido y se ha hecho mayor, dejando que las decisiones sobre su futuro las tomen un reducido número de personas que estando en la pomada de las cosas, no conocen ni su idiosincrasia ni su realidad.

A este escaso grupo les importa Cáceres con sus centenares de años de antigüedad mucho menos que su reciente historia personal labrada lejos de los valores del mérito y el esfuerzo.

Escudados en la hueca retórica de supuestos derechos adquiridos, en nada responden a los afanes de progreso y prosperidad de una sociedad deseosa de salir de la atonía imperante y lograr un liderazgo político, social, económico y cultural como los nuevos tiempos demandan y en los que todos debiéramos implicarnos.

*Maestro