Es fácil de entender que el presidente en funciones y candidato a la reelección por el PSOE, Guillermo Fernández Vara , esté viviendo momentos de zozobra política: no debe ser sencillo pasar de ser el cabeza de cartel socialista que más apoyos logró en las elecciones autonómicas --en el 2007 obtuvo 350.000 votos frente a los 341.000 conseguidos en el año 2003 por Rodríguez Ibarra , su mejor resultado-- a verse ahora prácticamente en la oposición.

Ese terremoto, también emocional, que ha tenido que sufrir desde la noche del 22 de mayo ha debido ser tan fuerte que hasta le ha hecho dudar del rasgo más señalado y que tal vez lo ha definido como político durante los cuatro años de su gobierno en Extremadura: su inclinación al pacto. Hasta el punto es así que en la entrevista que mantuvo el miércoles pasado en Los desayunos de TVE , Fernández Vara renegó de los acuerdos alcanzados con la oposición y con los agentes sociales --recuérdese particularmente el Pacto Social y Político y la Ley de Educación-- y dijo que esos acuerdos pudieron desvirtuar los límites de cada partido y pudo parecer que ambos, PSOE y PP, eran lo mismo, de manera que a los electores, a la hora de votar, les daba igual un partido que otro. Con estas declaraciones da la impresión de que Vara ha hecho suya la teoría de Rodríguez Ibarra según la cual han sido los pactos con el PP uno de los factores que han determinado la victoria de José Antonio Monago .

XNO CONSIGOx alcanzar a ver la relación entre una cosa (los pactos) y otra (perder las elecciones): no entiendo por qué un pacto lleva a los ciudadanos a pensar que los dos partidos que lo protagonizan son lo mismo y que precisamente porque son lo mismo, los electores inclinan su voto hacia uno de ellos, es decir, distinguen a uno entre esos dos que merced al pacto se han convertido en iguales. Un galimatías, sí, pero también una incongruencia.

Con todo, lo que me preocupa no es si Fernández Vara está renegando ahora de su personalidad política. Me ha llamado la atención, pero al cabo es un asunto que le concierne sobre todo a él, aunque bien pudiera, como presumible jefe de la oposición, que terminara concerniendo a su partido y a los ciudadanos.

Lo que verdaderamente me preocupa es que se acabe instalando entre la gente la idea de que el político que pacta se suicida. Defender que un pacto entre fuerzas políticas es un mal negocio, particularmente para el partido que lo propicia, creo que es un mal negocio para la política. Hacer política evitando en lo posible el pacto, y accediendo a él solo por imperativo aritmético, puede ser una estrategia para no perder elecciones, yo no lo sé, pero también es una estrategia para convertir la política en un triste ejercicio de trincheras, de guerrillas, de solo ver el factor cuantitativo de la mayoría, de despreciar eso que se ha convertido ahora en un eslogan muy utilizado por los políticos: el valor de las ideas. Y que, si me apuran, hasta denota una cierta actitud de debilidad, de inseguridad, puesto que parece que quien se acoge a ella le incomoda oír lo que el oponente diga no vaya a ser que tenga mejores propuestas que las suyas.

Es como si, puestos a elegir cómo vestirme para relacionarme con los demás, elijo el burka.

Vara ha propuesto pactos sin necesitarlo. Ha preferido acordar sus propuestas con agentes sociales y con el PP --por lo que ahora le llueven palos y él mismo se malicia de haber sido tan generoso--, y yo he creído ver en esa actitud --precisamente porque era gratuita, es decir, sin nada a cambio--, un signo de civilidad, un modo de hacer política que es el que más se compadece con un cuerpo electoral constituido no por una sucesión de ermitaños, sino por personas con capacidad para pensar que los demás puede que tengan razón; que puede que aborden un asunto desde un punto de vista que uno mismo no ha visto; que la cooperación, que la suma de voluntades, es socialmente bueno, un valor ciudadano.

En los tiempos que están a punto de llegar habrá que ejercitar muy a menudo el músculo del pacto. Pero pueden estar tranquilos los que lo temen como a un nublado: será por estricta necesidad. Habrá que escuchar al otro, pero por obligación, no por predisposición humana. Habrá que negociar e introducir modificaciones en las ideas iniciales, pero al menos tendremos el consuelo de que será porque no hay más remedio. Nos mandaremos mensajes, pero siempre envueltos en la piedra de una honda. La correlación de fuerzas en la Asamblea obliga a discutir, pero en el fondo es contra nuestra voluntad y durará lo imprescindible. Menos mal. Menudo compromiso sería hablar por hablar, escuchar por escuchar, comprender por el afán de comprender, acordar, juntar ideas para compartirlas. Qué fracaso sería. Y, además, derrota electoral segura. Con lo bien que está uno ahí, sin oír a nadie, sin hablar con nadie, metidito en su burka.