Historiador

Conocía al padre Eugenio, misionero oblato que llevaba 33 años en las barriadas más humildes de Badajoz, desde los tiempos en que comenzó la democracia. Su ilusión, su tesón y su firmeza han sido siempre un ejemplo para todos, y un aliciente para los que se desmoralizan en la lucha cotidiana. Ahora, cuando tenía pendiente una nueva cita con él para seguir palpando las necesidades lacerantes de los barrios periféricos, me encuentro con la triste noticia, irreparable, de su muerte. Fallecimiento repentino ocurrido por sorpresa en sus tierras de León, donde pasaba unos días acompañando a su madre, que acababa de ser intervenida quirúrgicamente. Con esta pérdida, otra vez los humildes, los más necesitados, quedan huérfanos, desposeídos de una voz y una presencia necesaria para mostrar al mundo, a las autoridades, a los que no lo quieren ver, la pobreza y la injusticia, el trato degradante a los más débiles; una presencia que siempre, desde la serenidad y la firmeza con sonrisa que no olvidaba nunca, aportaba soluciones, sensatas, necesarias, que pocas veces le escucharon los que podían hacer algo para remediar carencias lacerantes.

En estos momentos, cuando su presencia se nos hace más cálida en este tiempo de tanto calor y sufrimiento, hemos de unirnos al dolor de sus vecinos de barrios tan humildes como el Gurugú de Badajoz, Los Colorines, La Luneta, Cuestas de Orinaza. Y retomar su ejemplo. Y darle el homenaje de nuestro seguimiento y nuestro compromiso. Y pedir que el ayuntamiento de la ciudad para la que tanto trabajó, esta ciudad desvertebrada de Badajoz, le dedique al menos una calle, una plaza en esa periferia de la margen derecha del Guadiana, donde dejó los mejores, casi todos los años de su vida.