España es un país anormal. No porque lo diga el vicepresidente del Gobierno respecto de su democracia, sino porque lo dice el vicepresidente del Gobierno.

Acéptese esa licencia moral según la cual en campaña electoral vale todo, de la mentira al desprestigio institucional y de la acusación personal a los pactos de Tinell en todas direcciones (ahora ha sido el de los nacionalistas catalanes contra el socialismo de Illa). Así lo decidió Alfonso Guerra hace siglos, cuando todavía era el Guerra, y así lo ha preferido entender ahora la ministra María Jesús Montero, portavoz, respecto de la anormalidad democrática de España declarada por el vicepresidente del Gobierno: “Las declaraciones del vicepresidente del Gobierno… eh… ya se sabe… son declaraciones… en fin… hay que tener en cuenta el contexto de la campaña electoral”. Es verdad que se trata de una licencia que se acepta como se aceptan las licencias poéticas, suspendiendo en este caso la inmoralidad de lo que se ve, oye y lee. Así que los españoles, eh, ya se sabe, los españoles, en fin, hay que tener en cuenta que se conforman con la aclaración de la ministra. Pero ese “todo está permitido” de las campañas electorales es una infracción del sentido común y de la decencia que se acepta porque así lo han decidido los políticos para su uso, sin acuerdo (ni desacuerdo) de nadie más. Aunque hay que reconocer que los desahogos que se dan los políticos en elecciones hacen felices a muchos votantes.

País anormal (¿también o sobre todo?) porque aún se espera de la oposición que exija al vicepresidente del Gobierno que explique en qué consiste la anormalidad democrática española, o la anormalidad democrática en general. El argumento de que hay políticos en la cárcel o en el exilio no es suficiente, como no sería suficiente que un ingeniero explicara la anormalidad arquitectónica de un edificio argumentando que hay vecinos que han huido de él o que están encarcelados dentro. La anormalidad arquitectónica se explicaría por cómo se ha construido, los materiales, los planos, la disposición, etc., para concluir que esa anormalidad amenaza ruina o desastre. Y del mismo modo debe explicar el vicepresidente del Gobierno la anormalidad democrática, si por su estructura, su diseño, sus elementos, qué. Será difícil, por supuesto. Primero, porque lo propio de la oposición es pedir dimisiones. Es decir, lo único. La oposición no concibe nada más grave en este mundo que la dimisión. Y, segundo, porque el vicepresidente del Gobierno es comunista, declarado, si bien no practicante, y oírle hablar de democracia, aun mal, resultaría poco convincente, por lo que sabe de democracia un comunista, se entiende.

País anormal, en fin, que piensa que su vicepresidente del Gobierno ha puesto en duda la normalidad democrática española, cuando solo ha sido la normalidad democrática.

*Funcionario