El paisaje mediterráneo al que nos referimos es el que conforma la candidatura de Plasencia-Monfragüe-Trujillo. Sinceramente estamos convencidos de la existencia de este valioso y excepcional corredor que aúna en su paisaje naturaleza y cultura, porque eso es realmente el paisaje, y más aún si le añadimos el calificativo de mediterráneo.

El espacio al que nos referimos se encuentra definido por tres escalas que tienen en él una clara muestra y representación y que le confieren ese valor de excepcionalidad que bien merecen su reconocimiento, por lo que significa de mantener, difundir y compartir.

Es este un territorio en el que la escala geológica marca fuertemente la traza profunda del paisaje, su arquitectura interna. Estamos en un espacio en el que poder contemplar los efectos de ese tiempo geológico en espacios de penillanura, en berrocales graníticos que condicionan la red hidrográfica, en estructuras geomorfológicas que continúan el Geoparque de Villuercas-Jara, Ibores y que nos aproximan a la Sierra de San Pedro o a los Apalaches. Aquí encontramos portillas y riberos increíbles como los del Salto del Gitano o los del Tozo, el río Almonte o el arroyo de la Vid y además el enlace con un espacio granítico que articula valles y que, al norte, da paso a estructuras geológicas y geomorfológicas diferenciadas.

Hay otra escala biológica en ese paisaje; es la escala de la biodiversidad, de la fauna, de la flora, de los suelos, de la vegetación. En ese territorio vemos una amplísima diversidad y una abundancia excepcional. Es aquí el paisaje mediterráneo un hábitat complejo de dehesas y roquedos, de construcciones y riberas en los que se advierte la especialización y la presencia de endemismos y de especies que han sobrevivido a lo largo de miles de años. Es este paisaje mediterráneo un ecotono, un espacio de transición y de encuentro de aves del norte de Europa y del Africa subsahariana que cohabitan con las especies permanentes. Es el espacio de las grandes rapaces, del águila imperial y el buitre negro, de los dilatados encinares, de los bordes de llanura con avutardas y grullas, de cigüeñas negras, de orquídeas, de tamujos, del almez y el enebro, de la oropéndola y el abejaruco- es el paisaje mediterráneo.

Y hay una tercera escala, la humana, la que se marcó durante la prehistoria y en la historia, la que quedó reflejada en los abrigos prehistóricos de Monfragüe o en las pinturas de El Pradillo en Trujillo. Esa escala humana es la que ha configurado realmente el paisaje mediterráneo; sin ella no sería posible concebirlo ni verlo, porque hablamos de un territorio vivido, percibido y habitado desde la Prehistoria. Ha sido el ser humano el que a través del tiempo ha conformado ese impresionante mar de encinas que es la dehesa. Una construcción humana en la que se aúna el máximo de intervención con el máximo de conservación: un paisaje y un agrosistema verdadero ejemplo de sostenibilidad. Pero es una sostenibilidad conocida desde antiguo, con los asentamientos romanos, con los acotamientos medievales, con el ir y venir de trashumantes, con el mantenimiento de las poblaciones como Plasencia, Trujillo y los 14 pueblos del entorno de Monfragüe que sentían el ritmo de las estaciones pegados a las dehesas mientras se desgranaban años y siglos.

Y esa construcción humana es fruto de centenares de años y su devenir, su conformación y su historia se ha reflejado --de forma humana-- de mil maneras diferentes. En unos casos en unos sorprendentes archivos con un patrimonio documental inaudito como el que se recoge en Trujillo, en Plasencia y en otras poblaciones; archivos que son testigo del respeto de las poblaciones por su historia y sus documentos en los que se refleja el paisaje, cómo se aprovecha el monte o por dónde discurren las cañadas, dónde se encuentran los pueblos, qué tienen y qué necesitan... muestran otra arquitectura del paisaje que aquí sí vemos, sí tocamos y podemos leer cómo se percibía hace 700 años.

Y esa construcción del paisaje se refleja en los pueblos, en sus costumbres, en sus fiestas y en la cultura material que encontramos en museos y colecciones tan dispares y valiosas como la reunida y construida por la gente y un siempre animoso y patilludo párroco --seguro que me perdona por esto-- en pleno berrocal, en las Huertas de Animas, o el que se aprecia en el Museo etnográfico de Plasencia o, con una perspectiva que también une al territorio, a la gente y al paisaje, con el museo catedralicio.

Tal vez si tuviera que mostrar el paisaje mediterráneo a alguien que llegara le podría llevar por portillas, caminos y canchos, por riberos y dehesas, por calles de viviendas de gente que es parte del paisaje humano, de valiosos edificios patrimoniales, ¡por tantos y tantos lugares!... aunque tal vez lo mejor sería explicarle al pie de la Catedral vieja/nueva de Plasencia, o sentado en la plaza de Trujillo, que además de cernícalos primillas, cigüeñas blancas, golondrinas --o murciélagos en la noche-- es muy fácil ver pasar por encima de estas ciudades buitres del cercano Monfragüe, los mismas grandes aves que con su planeo majestuoso acarician y arropan los pueblos y las dehesas de este paisaje mediterráneo. ¡Un valor excepcional para compartir!