Dramaturgo

Cómo duele saber que en cada recuerdo hay más vida que en el suspiro presente, que el tiempo te asesina y hasta el aire se convierte en veneno que te agota. Así, sin concederte una tregua, sin pactar contigo una pausa para devolverle a tus ojillos el brillo que te hacía descubrir figuras en los cuadros, figuras ausentes, fantasmas presentidos por los viejos pintores holandeses que tanto te gustaban, así, sin detenerse, impío el tiempo, te ha robado de nuestro lado, amigo.

Estuve junto a ti en aquella hora penúltima cuando te agitabas para recibir el aire, para aferrarte a la vida, y me vi en ti reflejado, me vi por un momento en aquella cama de la UCI y te vi junto a mí, apretando mi mano, sofocando el sollozo, porque lo hubieras hecho conmigo y sé que no tendré nunca ese consuelo.

No es fácil anunciar que ya no estás, que te has marchado. El paisaje se resiste a permanecer con ese hueco inútil y ya le empieza a costar a la memoria recuperar tu imagen.

En las mañanas de los sábados, apretados junto al velador de las tertulias, caminando desde la ironía a la vanidad, aprendiendo a conjugar el verbo que no tiene nombre, a realizar el acto de la burla personal e intransferible, nos deslumbraba tu palabra certera, tu sabiduría, tu prudencia soriana, calmosa y fría. Agustín, Jorge, Pepe y yo, junto a Paco que ya no está, que se ha ido, que pasa a completar el museo de los retratos definitivos al lado de los maestros flamencos, entre sus colores vivos y sus delicados perfiles. Ahora habla el corazón y Badajoz, la ciudad que nunca comprenderemos, se ha quedado sin ojos que descubran las figuras ocultas en su paisaje. Descansa en paz, amigo, lo mereces.