La guerra de Afganistán se puede estar perdiendo; de hecho, es causa de una de las mayores crisis en el seno de la OTAN, donde resuenan preguntas que todavía no tienen respuesta: ¿hay unos socios dispuestos a morir y matar y otros que solo quieren hacer guardia en lugares seguros? De los 45.000 soldados que están desplegados en Afganistán, la mayoría son de Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Países Bajos. No solo son más, sino que ocupan las posiciones de peligro. El resto de las fuerzas pretenden que la situación es de reconstrucción del país y, por lo tanto, no están dispuestas a un despliegue de combate, incluidos los mil soldados alemanes. Ocurre que no hay una definición precisa de que el escenario es de guerra. Y también que la mayoría de los gobiernos europeos que participan en esas misiones no tienen el respaldo de sus opiniones públicas. España es un claro ejemplo: 700 hombres sin una declaración formal de que se trata de una guerra. Ningún Gobierno conseguiría apoyo popular para participar en un conflicto declarado. La pregunta clave que nadie quiere abordar en Europa es si la comunidad internacional puede permitirse el lujo de que Afganistán pueda volver a caer en manos de los talibanes. Desde dentro, el Gobierno de Hamid Karzai no ayuda mucho. Con escasísimo control territorial y sumido en la corrupción, no da muestras de pretender asumir la defensa y seguridad del país. La permeabilidad de la frontera con Pakistán y la inestabilidad que reina en esta potencia nuclear anuncia lo que ocurriría si Afganistán cayera en manos de los talibanes. Nosotros tenemos el asunto mucho más cercano de lo que pudiera parecer. Fuentes de la investigación han confirmado que la célula terrorista desarticulada en el barrio barcelonés el Raval recibía instrucciones de Baitulah Mehsud , líder talibán que opera en las montañas de Pakistán. El debate resulta ya inaplazable porque afecta directamente a nuestra seguridad interior. Es un buen tema para la campaña electoral, pero, por lo que parece, solo estamos dispuestos a trasladar emociones y no a aportar remedios.