Leo a Ibarra con especial interés. Construye ordenadamente sus artículos; tienen cierta arquitectura intelectual que me es grata. Y, además, evita los lugares comunes, y eso es muy de agradecer; citando al propio interfecto diríamos de él que tiene tendencia cuando escribe a romper cristales (o, cuando menos, cristalitos). Por ambos dos motivos le leo, repito, con despierto interés. Mi buen amigo Paco Zurrón está al tanto de cuanto publica el otrora condotiero extremeño y, con puntual gentileza, me hace llegar los enlaces. Porque Ibarra suele publicar donde tiene por conveniente, o sea, fuera. Fuera de Extremadura. No dudo que su opinión tenga vuelos allende nuestro terruño, y tampoco dudo que él mismo tenga sus cuitas con los medios, pero, en alguna medida, me apena que el águila, en su vuelo, no quiera sobrevolar Monfragüe.

Sea como fuere, hará unos días, opinaba en El Diario de Sevilla sobre las presentes pleamares políticas. Venía a lamentar el fracaso electoral de Ciudadanos; lamentos que comparto, aunque sospecho que ni él ni yo hayamos votado jamás a tal partido. Pero escribía más: «al PSOE le corresponde la tarea histórica de formar una gran mayoría para que desde un Gobierno estable y poderoso se le haga frente definitivamente al independentismo»; y no parece que le temblara el cálamo al escribirlo. Afirma también Ibarra que él es un reservista del PSOE, y lo es, por supuesto. Su opinión es importante, incluso para los que estamos fuera del PSOE. Y especialmente importante para los extremeños. Una parte de nuestra historia está ligada a Juan Carlos Rodríguez Ibarra; un político que, sin menoscabo sus convicciones de izquierdas, jamás escondió su fe en España.

Ahora su secretario general le pone en el brete de cumplir consigo mismo, con su propia palabra, la que empeñó en 2016, la que ha vuelto a empeñar en 2019. Ibarra, antes de que se secara la tinta de lo escrito, era interpelado en un acto público sobre si cumpliría su promesa de abandonar el PSOE si éste formaba gobierno con Podemos y los independentistas; y tampoco le tembló el verbo, le bastó contestar sí, por supuesto.

No sé cómo acabará el sainete de Sánchez. Creo que al final Ciudadanos se avendrá a razones. Pero si así no fuera, si un hombre de gatillo fácil como Otegi decidiera los destinos de España, o si Rufián consiguiera del PSOE el compromiso de subastar España, si eso fuera así, ¿qué debería hacer Ibarra? ¿Debería dimitir? Obviamente sí,… o al menos eso pensaba yo en un primer y no demasiado sesudo instante. Pero pronto dudé. ¿Cuándo se falta a la palabra dada? ¿Qué extremas circunstancias o qué altas inteligencias obligan a quebrarla sin menoscabo del honor? A horas y a deshoras. Enredados en el misterio de la palabra empeñada. Esclavos de nuestras propias palabras…

En esto mi amigo Mateo Giralt vino a iluminarme. ¿Darse de baja? Eso no sería bueno; las mejores cabezas del PSOE están obligadas a seguir dando la batalla desde dentro. Porque ellos también son PSOE. Creo que Mateo tiene razón: ese es el sentido en que Ibarra, y otros muchos, son reservistas. Reservistas de su partido y reservistas de España. ¿Dónde se sirve mejor a España y a los españoles? ¿Qué comportamiento merece mayor honra? Si abandona por coherencia con sus propias ideas la última estrofa del poema sería la más bella; nada sino honra merece quien cumple con su palabra. Pero las batallas se libran para ser ganadas, no para que los poetas canten las gestas de los vencidos. Quizá mayor honra merezcan los que pelean hasta el final. Mejor que se quede en su partido de siempre, al menos mientras quepa enderezar el rumbo, y, dicho sea de paso, que siga publicando (en páginas extremeñas). A ser posible, claro está.