THtay momentos aturdidos por la luz en que nada es mejor que el silencio. Es por esto que algunas semanas me planteo y replanteo el sentido que tienen las palabras talladas en el cuerpo de esta columna. Palabras que brotan en la madrugada y se hornean entre las sábanas del insomnio para amanecer empapadas en la leche del desayuno y finalmente resurgir encadenada en relato. Palabra itinerante que cabalga entre la espesura de los miedos y la pampa libertaria del lenguaje. Palabra de poeta siempre. Palabra de amiga a veces. Palabra de periodista indudablemente. Palabra de honor para mis adentros. Palabra indubitada cómo no! Palabra sólo palabra. Mía o tuya, todas ellas delicadas, materia frágil que rompe amores de por vida. En tu boca seda... en la mía, cadena perpetua. Escribir ¿para qué? Para azotar o acariciar, para abrir la ventana al ogro devorador de la curiosidad que como periodista llevas dentro, para decirte que algunos días hubiera querido no conocerte y sin embargo otros... Para dibujar nubes blancas en la ventana que acaba convertida en petróleo cada noche. Escribir para provocar una palabra tuya.

Escribir, hablar ¿para qué? Enigmas como éste, comprometen el paisaje sentimental que uno lleva a cuestas, pero es un vicio adquirido, una ofrenda emocional una fuente inagotable y una posibilidad de estampar sobre blanco aquello que otros no dicen. Un buen día lleno de inviernos y abedules pude escoger entre el silencio o la palabra y escogí la palabra. Si cierro los ojos puedo escuchar los cantos de sirena llamándome a filas, siempre escojo hablar pero también escuchar... una palabra tuya. Porque la palabra es como un padre que te acompaña hasta el final de tus días, es el único patrimonio que posees hasta en la más absoluta de las miserias y exilios. Por eso amo las palabras con un amor animal, tal y como confesaba Héctor Abad Faciolince que amaba a su padre en el universo boreal de su libro "El olvido que seremos".

X¿ESCRIBESx o trabajas? Fácil: escribo. ¿Para qué, de qué te sirve, crees que haces algo útil? Para mí. Para nada. Nada útil si adulteras lo que digo, si arqueas los acentos. Serán palabras para el cieno. Palabras que se van dando a la muerte, ruido y hojarasca.

Por eso enciendo cada palabra que escribo, la busco entre los mil armarios del lenguaje, la rebusco en los cajones de un diccionario y la pongo a tender en el balcón, como reclamo de una palabra tuya. Sólo una bastará para sanarme. Sólo los muertos no hablan, por eso escribo, para dejar de estar muerta y dejar cuando me vaya al menos una herencia sin recargos. Una herencia sin herederos a quien arruinar la vida. Palabra de honor.

¿Escribir, para qué o para quién? Para perfumar mi habitación con olores que no encuentro en la tienda de la esquina, por ejemplo a cacao de Soconusco. Y rebozar las palabras con limón rallado y una lluvia densa de orégano. Escribir para mí, sin más y si te apetece leer es cosa tuya, no puedo obligarte, es más, prefiero que alguien te cuente que escribo cosas y que te pique la curiosidad y entonces me leas te enfades porque no entiendes nada y digas ¡pero, pero... y ésta!!!!! Y finalmente descubras que todo es un juego de palabras que no hay segundas intenciones que la única filosofía que anida en mí es la de bailar tangos entre renglones y escuchar el rhythm and blues que late en cada sílaba.

Sé que a veces escribir es sembrar discordia y atravesar los países desérticos que no caben en los mapas, es una hora en silencio con el violín herido de Itzhak Perlman en la banda sonora del genocidio. Escribir es una invitación a mi habitación en pleno caos de mudanza emocional. Pones un pellizco aquí una corazonada allá... una merienda intertextual que hoy por ejemplo ha tenido a Cardoso Pires como cereza del pastel, con su Lisboa, diario de a bordo.

Escribir es esto nada más. Y nada menos. No es tocar las narices a uno que pasa por el escaparate, aunque a veces lo es por sentido humano de la crítica y porque a uno de repente le urge soltar lastre para no hundirse con el barco. Piensa que escribir es regalarte unas palabras y no unas balas de hacer guerra. Es un momento de mi vida a ti dedicado porque quizá algo me importas. Es una reflexión no un ataque. Y si acaso fuera un ataque, no dudes en devolverme la palabra, no me la quites, tan sólo devuélvela a su origen, a mi boca y punto. Será entonces una palabra tuya. Y tú me preguntas por qué escribo... por necesidad y por no morir de tanto silencio y olvido. Por no enterrar los miedos cuando están más vivos que yo, por no dejar escapar la belleza de un atardecer entre chimeneas, y por seguir la dirección que marcan los buenos vientos. ¿Escribir? Sí y esperar una palabra tuya.

*La autora es periodista