Filólogo

El cese de mi vecino de página, el poeta y novelista Alvaro Valverde, del jurado de los Premios de Poesía y Novela Ciudad de Badajoz, ha sido comentado y condenado suficientemente durante la semana en los medios culturales extremeños. Si todos los sábados estoy a su lado, éste no podía fallarle.

Siempre produce amargura tener que irse de un jurado por culpa de la censura, practicada contra una opinión personal acerca de la política cultural de un partido. No he leído que esa concejala contestase por escrito, argumentase en contra, manifestase una opinión crítica contra el contenido del artículo de Alvaro, causa del cese, que es lo usual en la discrepancia democrática. No, ha esperado para vengarse fríamente, tal como ordena la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 -¡ayer, vamos!-: "Nadie debe ser inquietado por sus opiniones", que nos revela lo atrasado que lleva el reloj la censora. ¿Y qué va a conseguir, que Alvaro no escriba, que no opine, que diga, en las muchas tribunas que puede elegir para hacerlo, que hay libertad de expresión en el Ayuntamiento de Badajoz? Produce tristeza, además, que este prestigioso premio quede encenagado. ¿Está la concejala diciendo que las personas que participen como miembros del jurado han de asentir a sus presupuestos culturales? ¿Que si quieren participar en él no pueden hablar, juzgar, disentir y que han de atenerse a la falsilla cultural de los modelos literarios de la poesía del Divino Impaciente y la ripiosidad de Muñoz Seca? Todas las depuraciones son trágicamente repetitivas, porque existe, trágicamente, gente débil que al llegar al poder, no soporta la libertad de expresión y quiere amordazarla. Pretender silenciar la voz de uno de los mejores poetas de Extremadura, es silenciar un poco a cada extremeño, y eso no se lo vamos a consentir a nadie. La palabra y la poesía de Alvaro Valverde es, de algún modo, la de todos.