Mariano Rajoy cumplió en el Congreso con el penúltimo trámite antes de ser investido presidente del Gobierno. Con una intervención átona, muy similar a su anterior discurso de investidura de finales del mes de agosto, el líder del Partido Popular evitó a conciencia detallar un programa de Gobierno y prefirió centrarse en un mensaje de talante conciliador («Asumo la necesidad de diálogo. No es un peaje, sino una oportunidad para consolidar reformas») con el que tendió la mano a la oposición a cambio, eso sí, de estabilidad parlamentaria. A pesar de que el líder conservador asumió su debilidad en el Congreso, el trasfondo de sus palabras no desveló cómo pretende Rajoy transitar la senda entre las palabras y las acciones. Así, el futuro presidente del Gobierno ofreció a la oposición pactos sobre educación, financiación territorial y pensiones, pero dejó claro que no piensa tocar las principales políticas de su primera legislatura, sobre todo las del ámbito económico. En el terreno educativo, su oferta de un pacto de Estado no incluyó ninguna referencia a la controvertida ley Wert. Y ofreció impulsar --con retraso-- la reforma de la financiación autonómica como una herramienta de distensión con la comunidad catalana, aunque condicionada al cese del desafío independentista.

Rajoy apenas citó a Ciudadanos, su socio de investidura, y de forma más o menos velada le recordó a los socialistas la espada de Damocles que penderá sobre sus cabezas al menos hasta que sanen sus heridas, hoy abiertas y sangrantes a cuenta de la abstención del próximo sábado: que unas nuevas elecciones beneficiarían a los conservadores y hundirían aún más al PSOE.

La parte final de su discurso, bajo la divisa de «responsabilidad», le sirvió para incrementar la presión a los socialistas, a los que recordó que de nada valdrá su abstención en la investidura si luego no aseguran la estabilidad del Gobierno. Un mensaje que no hace sino agudizar las contradicciones internas del PSOE, cuya gestora no logra embridar la crisis desatada tras forzar la caída de Pedro Sánchez y el volantazo de la abstención.

Únicamente con las armas de la paciencia y la impasibilidad, Mariano Rajoy ha salido triunfador de este largo pulso político, pero gobernar en minoría le reclamará una actitud más proactiva y corajuda. Aunque sus palabras suenan mejor, por sus hechos lo conoceréis.