Las lecturas de verano no lo son porque sean más ligeras o tengan menos calidad o porque sus contenidos sean menos académicos, que también.

Lo son, sobre todo, por el talante con el que nos ponemos a ellas, con más calma, con la conciencia de que podremos degustarlas en ocasiones gozosas y relajantes, tal como ofrece una tumbona en la playa o una toalla al borde de la piscina.

Hace mucho que abandono un libro en cuanto percibo que está mal escrito o no me gusta ni me distrae, salvo que su lectura me venga obligada por mi profesión.

Pasó el tiempo aquel en que una especie de orgullo tonto me obligaba a terminar todo tocho que empezaba.

Pero hoy no me apetece criticar a escritor alguno. Voy a expresarme en positivo sobre la novela de la escritora gallega Inma López Silva, Los días iguales de cuando fuimos malas, una historia de mujeres en la cárcel sobre la culpa, la bondad, la maldad, el amor, la injusticia y la mala suerte.

Agradezco a su autora los buenos momentos que me está proporcionando, y sobre todo su buen hacer literario, su garra, su documentación y su precisión psicológica.

Llena de imaginación y también ternura, es realista e ingeniosa. Léanla, pues aunque sea triste no sabe amarga.

Sin embargo, querría destacar unas palabras suyas en una entrevista en las que afirma que eligió «personajes femeninos porque las mujeres, por definición social, somos menos libres y más malas que los hombres». Creo que se equivoca y cae en el mismo error en el que lo hacen, hacemos los españoles o las personas de derechas, que es el tener interiorizado que nos tenemos que hacer perdonar nuestra condición.

No creo que las mujeres socialmente seamos ya menos libres en general y, por supuesto, de ninguna manera más malas, o sea peores. Lo que somos es más invisibles.

De ahí que me duela que mujeres prestigiosas se descuelguen con majaderías como la reciente «agenda cultural», Killers y tal, con la que la ministra Calvo ha disculpado el carísimo vuelo a Castellón del presidente.

La palabra de esa mujer es muy visible. Y para semejante impostura, mejor callar.