Sarah Palin logró salir indemne del debate que en la madrugada de ayer, hora española, la enfrentó al candidato demócrata a la vicepresidencia, el senador Joseph Biden, lo cual es bastante más de lo esperado --temido-- por sus partidarios. Ninguna encuesta da vencedora a la gobernadora de Alaska. Los medios y los analistas consideran ganador a Biden, pero al tiempo la opinión mayoritaria es que Palin no salió arrollada por la experiencia y las tablas de su contrincante. Seguramente, la gobernadora Palin no logró desvanecer la sensación de que, más allá de su condición de honrada madre de familia y servidora pública, carece de las cualidades que se esperan de alguien que eventualmente puede llegar al Despacho Oval, pero no empeoró su imagen ni las posibilidades de John McCain.

El hecho de que los estrategas de ambas campañas hayan aconsejado contención, con el caos financiero ocupando todas las conversaciones, ha llevado a los candidatos a mantener las formas y evitar los ataques personales y las concreciones programáticas, lo cual ha aliviado sin duda la presión sobre Palin. Pero, en igual medida, ha alejado al senador Biden de la grandilocuencia y el acento iracundo que con frecuencia se apoderan de su oratoria. Una situación que, lejos de movilizar a los electores y tranquilizar a los inquietos, justifica la desconfianza de quienes creen que detrás de los mensajes de la campaña no alientan ideas nuevas para rescatar al país del marasmo y la decadencia. Por una vez, las formas versallescas, se antojan la pantalla que oculta la desorientación de los grandes partidos en una atmósfera de crisis generalizada.