Las figuras de palmeros y ‘agradaores’ no son ajenas a la política. De hecho, en el ecosistema de esta ‘partitocracia’ imperfecta que es la democracia española, los personajes que encarnan esos papeles suelen cotizar siempre al alza y tienen la suerte de poder recorrer trayectorias bastante exitosas y duraderas en su tránsito por las altas esferas del poder. Probablemente, esto se debe a aquello que decía García de que «el halago debilita», y a que los gerifaltes, frecuentemente, acaban sucumbiendo ante el ‘pringoseo’ de aquellos que le hacen la rosca. No se entiende, sin embargo, que quienes ya ostentan una alta responsabilidad, para la que les ha designado el mandantón de turno, sigan arrastrando su dignidad, ante la mirada de todos, para dorarle la píldora al jefe. Cuando esto ocurre, cualquiera que observa suele sentir eso que llamamos vergüenza ajena. Lo del recibimiento a Sánchez por parte de su Consejo de Ministros, al regreso de la cumbre europea, produjo esa sensación, la que nace al contemplar a autoridades de alto rango postradas ante los pies de un marajá. En este caso, además, la escena desprendía un fato a farsa que tiraba para atrás. Un cámara, convenientemente dispuesto, que espera al protagonista en las escaleras y lo sigue hasta el lugar en que, distribuidos en dos filas y batiendo las palmas, lo reciben esos mismos ministros a los que nombró. Pero, ¿en serio era necesaria esta patética escena? Pues parece que sí, porque a su llegada al Congreso de los Diputados, los ‘palmamentarios’ socialistas y podemistas recibieron al presidente palmoteando, de nuevo, cual focas en un espectáculo circense.

La conclusión a la que se llega es que el gobierno, y los partidos que lo sustentan, empeñan todos sus esfuerzos en enterrar la memoria de la tragedia sanitaria y el desastre económico al que nos han abocado con su desidia e incompetencia. Y cualquier excusa es buena para profundizar en el embuste. Les da igual que el país vaya a tener que ser rescatado, y que los de siempre tengan que pagar las facturas de la crisis. Y siguen sin prestar la atención suficiente al tsunami infeccioso del virus. Han demostrado que solo les importan los índices demoscópicos y el tan manido relato. Y si, para convencer a la gente de que todo va fenomenal, hay que tocar las palmas hasta despellejárselas, pues todos a aplaudir. Y, oigan, nadie rechista. Quizá será porque les va la nómina en ello. * Diplomado en Magisterio