La publicidad española vivió su época dorada a principios de los noventa. En aquellos años la creatividad made in Spain hacía furor y era premiada en los más importantes certámenes internacionales. Agencias como Contrapunto o RZR, pequeñas, jóvenes y 100% de aquí, le plantaban cara a las multinacionales que habían aterrizado ya en España.

Por entonces había un tipo de publicidad en el que arrasábamos: la conceptual. Esa que expone las bondades del producto de una forma sencilla, sin artificios, casi sin decorados, valiéndose de imágenes muy gráficas y de textos rotundos. Muchos recordaréis el anuncio de un desodorante en el que una mujer besaba la axila de un hombre, el de Edu felicitando la Navidad, el del atasco y la saeta de Renfe y tantos otros en los que no hacía falta atiborrarse de imágenes estrambóticas ni sucumbir a los efectos especiales para cumplir con su objetivo: la efectividad.

Todo este rollo viene a cuento porque hay ahora un spot genial que me recuerda mucho a aquellos, en él se ve a un niño entusiasmado porque le han regalado un palo. ¡Un palooo!, grita el chaval. En esta campaña se reivindica el poder de la sencillez y la imaginación, el atractivo de lo simple frente a lo complejo, de las cosas naturales y sin ornamento. Dicen que la publicidad es el reflejo (idealizado, desde luego) de la sociedad.

Si es así, tal vez este spot esté marcando un cambio en nuestra forma de valorar las cosas, en nuestra percepción de lo que es básico o superfluo. Pero no me voy a hacer ilusiones porque creo que, si lo hago, voy a ser yo la que me lleve un palo.