En algo más de una semana, contaremos ya cuatro meses desde que se celebraran las últimas elecciones generales del 20D. Desde entonces, hemos podido aprender, en base a la experiencia, qué era eso de la 'nueva política'. Porque no hay mejor manera de asimilar un concepto que la observación y vivencia de lo que implica su materialización. Y, en este caso, el resultado de la deposición, de la sublimación regresiva, del paso de la vacuidad gaseosa a la solidez de la realidad, ha sido el conocido por todos. En estos casi cuatro meses (que se dice pronto) ha habido mucho de teatro y poco de responsabilidad política.

Han abundado las fotografías entre líderes, los llamamientos al diálogo entre fuerzas políticas, las mesas de exploración y negociación, los apretones de manos y las ruedas de prensa. Pero la sucesión de gestos y discursos ha desembocado en la reafirmación de cada actor en su papel inicial y las críticas al guión del resto del reparto. O sea, en el anclaje voluntario de cada grupo político, en detrimento de la necesaria flexibilidad que requiere cualquier acuerdo para la gobernabilidad de un país. Podríamos decir, por tanto, que a los líderes de nuestros días, a estos piafantes rocines de la 'nueva política', les falta lo que les sobraba, precisamente, a los viejos políticos de nuestra Transición. Es decir, voluntad real de acuerdo, convicciones pactistas, altura de miras, generosidad, 'cintura' y sentido de Estado.

Y qué quieren que les diga, que uno, que es de la década de los 80, mira, con la nostalgia de lo no vivido, a los padres de nuestra Constitución, y a todos esos políticos que podían alimentarse, durante días, de tabaco, café y tortillas francesas, hasta conseguir el mejor de los acuerdos para una España plural y diversa, que sabía abjurar de los odiosos frentismos, del maximalismo egoísta, y de los personalismos de aspirantes a estrella del rock.

Los bueyes con los que hoy aramos son de distinto linaje. No han hecho nada digno de incluirse en un libro de Historia y van por la Carrera de San Jerónimo como palomos buchones, con el pecho a punto de estallarles. Tienen tan alto concepto de sí mismos, y están tan enganchados al tacticismo cortoplacista, que no se dan cuenta de que su estolidez nos lleva a un atolladero llamado elecciones anticipadas, a través del que se irán por el desagüe cientos de millones del erario público, para retornar, de nuevo, a la casilla de salida del mismísimo 20D.