Oficialmente, el covid-19 ya es una pandemia global. La Organización Mundial de la Salud informó ayer de que se han registrado más de 118.000 casos en 114 países y 4.291 muertes a causa de la expansión del coronavirus desde que fue detectado por primera vez en China. En España, Sanidad estima que la crisis del coronavirus durará entre un mes y medio y cuatro meses, en el escenario más pesimista. La batería de decisiones de las administraciones sanitarias para intentar romper la cadena de contagio, unidas a las afectaciones econónimas, al pánico financiero y a la parálisis productiva, amenazan con convertir la epidemia en una crisis económica mundial que la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) no han dudado de comparar con la de recesión del 2008. Otra crisis cuando en Europa aún se notan las consecuencias de la recesión que marcó la decada.

Al poco de llegar a la presidencia del BCE, Lagarde se enfrenta a una dura prueba. El BCE se reúne hoy sabedor de que el Reino Unido ha lanzado un plan de 34.000 millones de euros para sostener la economía ante la crisis del coronavirus y, al igualque la Reserva Federal, ha anunciado una bajada de tipos de interés. La Comisión Europea ha anunciado un fondo que movilizará 25.000 millones pero que hoy solo tiene asegurados 7.500. No parece que sea lo que tiene en mente Lagarde cuando insta a actuar a los Estados.

En estos tiempos tan complejos resuena el «Lo que sea necesario» de Mario Draghi. Lo dijo Pedro Sánchez y lo repitió Angela Merkel. La inversión pública en el sistema sanitario (el FMI instó ayer a España a hacerlo) y la inyección de gasto público en la economía son recetas ineludibles. El camino a seguir, como ya ha indicado Sánchez, es que la CE y los países de la eurozona busquen fórmulas para explorar la flexibilidad del pacto de Estabilidad y las excepciones a las ayudas del Estado. Los objetivos están claros: reforzar los sistemas sanitarios ante la pandemia, evitar al máximo posible despidos y la quiebra de empresas, y ofrecer prestaciones a los padres que se queden en casa para cuidar a los niños sin escuela. El clásico pulso de la política europea entre la austeridad y las políticas expansivas vive otro episodio en un momento crucial para la economía del continente.

La vida cotidiana ya se ha visto perturbada, y las cancelaciones en cascada de actos deportivos, culturales y eventos de todo tipo no hacen más que acentuar la sensación de excepcionalidad. Las prohibiciones son medidas necesarias para cortar la cadena de contagio, y cabe confiar en el buen sentido de las autoridades sanitarias al imponerlas. No es fácil encontrar el equilibrio entre las dos crisis, la sanitaria y la económica, sobre todo cuando cualquier desequilibrio en un sentido u otro puede agravarlas.

Es por ello imperativo en estos momentos que la ciudadanía mantenga la calma. No hay riesgo de desabastecimiento en los supermercados, ni motivo para la histeria. De hecho, la sobreactuación, la exageración y las actitudes incívicas no hacen más que empeorar una situación de por sí grave. Es responsabilidad de las administraciones informar con transparencia y dotar de recursos a los servicios públicos, y de los ciudadanos seguir las instrucciones de las autoridades sanitarias. Está en juego la salud, sobre todo de los más vulnerables, pero también el bienestar económico en esta epidemia global que se está convirtiendo en una grave crisis mundial.