La derecha crece en expectativas de voto en Portugal, después de un letargo, y en la izquierda han empezado a apelar a la unión de la «geringonça». Para quien no esté familiarizado con el término, «geringonça» significa en portugués un mecanismo frágil, mal construido y de funcionamiento precario. Se debe al periodista Vasco Pulido Valente, que lo utilizó para titular una de sus crónicas políticas, y equivale al «frankenstein» que ingeniosamente acuñó Rubalcaba.

‘Geringonça’ sirvió para apellidar al gobierno que asumió el poder en el país vecino en noviembre de 2015, liderado por el primer ministro socialista António Costa y sustentado en acuerdos con otras tres formaciones catalogadas de extrema izquierda: el Partido Comunista Portugués (PCP), Bloco de Esquerda y Os Verdes, que si bien partían de planteamientos más moderados terminaron confluyendo con los dos anteriores. El gabinete se formó por necesidades prácticas del guión, igual que aquí se instrumentó la moción de censura a Rajoy, tras los cuatro años de gobierno de centroderecha de Pedro Passos Coelho, que se había coligado a su vez con los conservadores del Partido Popular. Passos Coelho no logró mantener su mayoría en el parlamento después de aplicar la política de austeridad exigida por la UE y fue derribado por la coalición que recibió el epíteto despectivo de “geringonça” por parte de los analistas políticos. Cuando pudo y obtuvo una mayoría desahogada, Costa se libró de sus incómodos socios. Ahora podría volver a reclamar su apoyo para frenar el supuesto avance adversario. La política se compone de este tipo de movimientos.

La ‘geringonça’ española, es decir nuestro gobierno frankenstein, se halla ahora en una encrucijada. El centroizquierda socialista mira de reojo al centroderecha vigilado por la extrema izquierda y los nacionalistas, y trata de poner huevos en el mayor número de cestas posibles. La derecha da la impresión de que ni avanza ni retrocede. La política nacional es más difícil de explicar que el descontrol de la pandemia.