Abogada

Una vez más portar los lazos nos convierte a todos en solidarios y, especialmente en estas marketizadas fiestas; esta vez le ha tocado al sida. Reuniones, conferencias, manifestaciones, protestas y solidaridad institucional: todos queremos frenar el sida. Pero, ¿qué ocurre cuando a esta especie de epidemia no hay quien la pare? Hace ya años --al menos más de diez-- que mi hermana, médico en Togo (Africa), me comentaba que no se estaba trabajando eficazmente contra esta enfermedad; que en Occidente se estaba más pendiente del aspecto intimidatorio que producía en la sociedad que del aspecto científico-médico, especialmente en Africa. De hecho, con rabia y dolor, decía: como se mueren, al fin y al cabo, parece dar igual que sea de hambre o de sida.

En este prodigioso epílogo del 2003, las cifras siguen siendo alarmantes, incluso los datos nos describen una pandemia, cuyo remedio sigue siendo cosa de oportunidad. Esto es, la oportunidad que tengan unos de ser receptores de una ayuda humanitaria, o de un programa de salud. Muchos de ellos, instituidos aleatoriamente. Una vez más la caridad asoma a lo que en justicia debe ser cosa del compromiso y solidaridad entre países y gentes. Poco podemos creernos acerca de la buena venturanza de lo hecho hasta ahora. Lo que empezó siendo una especie de controvertida enfermedad, hoy se ha convertido en una pandemia, que siguen sufriendo los mismos. Aquéllos a los que un día les tocó estar al sur del mundo. Una tragedia que antecede a la mayor de las vergüenzas, dejar morir porque no se pueden suministrar medicamentos. Mientras, algunos laboratorios y programas científicos se disputan el predominio de un avance al que siempre le ponen precio.