La visita a España que hoy inicia el papa Juan Pablo II ha despertado una gran expectación más allá del hecho religioso al producirse tras un claro distanciamiento entre el Gobierno de José María Aznar, marcadamente católico, y el Vaticano, a propósito de la guerra de Irak.

Es posible que este quinto viaje de Karol Wojtyla a España --primero desde que gobierna el PP, pues los otros cuatro fueron en el periodo socialista-- sirva para cerrar las heridas entre el Pontífice y el presidente Aznar. Eso sería un gran triunfo del Gobierno y de la Conferencia Episcopal Española, muy satisfecha con la política de los populares en materia de educación y para la que resulta muy incómoda la fisura abierta por el apoyo de la Moncloa al belicismo de Estados Unidos.

El Vaticano trata, por otra parte, de que este viaje sirva para mostrar al Pontífice en relativa buena forma física, tras unas últimas apariciones en las que se ha apreciado su penoso estado de salud. Se trata de un desplazamiento corto y de sólo dos días. La visita, cuyo programa incluye la canonización de cinco religiosos españoles y un encuentro con la juventud, llega, además, en un momento de gran popularidad del Papa, convertido en un símbolo de la paz.