El fin de semana pasado fui a Madrid en tren, dejándome aconsejar por mi hija, a la que iba a visitar. "Papá, me dijo, es muy cómodo, y no tienes que ir pendiente ni de la carretera ni, luego, de los aparcamientos". Le hice caso, y eso hicimos mi mujer y yo: ¡viajar en tren!

El viaje de ida fue bueno, pero el de vuelta no tanto. Salimos de la estación de Atocha a la hora indicada, con una puntualidad exacta, la megafonía dando la bienvenida y la pantalla interior indicando las estaciones en que íbamos a parar. Todo casi perfecto, porque ¡el aire acondicionado no funcionaba! El revisor, según iba picando los billetes, recibía la consiguiente pregunta: "¿No funciona el aire?" El hombre, mientras se limpiaba el sudor, daba largas diciendo que estaba descompensado y que intentaría solucionar el problema. La solución no llegó y dijeron que en Talavera de la Reina cambiábamos de tren. ¡La gente respiró!

En Talavera aproveché para comprar una nueva botella de agua fría mientras se colocaban los nuevos coches y menos mal que lo hice, porque en el nuevo tren no es que no funcionara el aire acondicionado, es que tampoco funcionaba la megafonía, la pantalla no marcaba las nuevas estaciones y, además, no tenía máquina expendedora de bebidas frías, según comentó un viajero. ¡Vaya cambio!

En Plasencia se turnaron los revisores y un viajero le contó al nuevo toda la historia. El revisor reconoció que tenían muy "buenos" clientes en Extremadura, ya que en otro lugar esto hubiera acarreado problemas más serios. ¿Cómo es posible que salga un tren, ya de origen, con el aire averiado? ¿Qué tipo de información recibieron el maquinista y el revisor para cambiar a otro tren no solo con el mismo problema, sino con otros añadidos?

Llegamos a Cáceres con 55 minutos de retraso.

Alfonso García Reviriego **

Cáceres