Cuando The New York Times y después The Washington Post publicaron en el año

1971 los célebres Papeles del Pentágono sobre la guerra del Vietnam, fueron acusados de poner en peligro la seguridad nacional. Lo que las revelaciones pusieron a la vista de todo el mundo fue cómo varios presidentes y sus administraciones habían mentido sistemáticamente al país y al Congreso sobre el desarrollo y la implicación de Estados Unidos en aquel conflicto.

La publicación de más de 7.000 páginas de documentos aceleró el fin de aquella guerra altamente impopular que se había cobrado ya cientos de miles de víctimas.

La seguridad nacional vuelve a ser ahora la gran razón esgrimida por quienes condenan la publicación de los documentos filtrados por Wikileaks sobre la guerra de Irak. Por el contrario, en nombre de la transparencia hay que celebrar esta filtración masiva de información, que pone en evidencia los múltiples y gravísimos atropellos cometidos por las fuerzas estadounidenses y los protagonizados por las fuerzas iraquís, que en muchas ocasiones actuaban por delegación y les hacían el trabajo sucio (por llamarlo de alguna manera) a los invasores.

Al margen de las inexistentes armas de destrucción masiva que se alegó entonces para atacar, Estados Unidos y los demás componentes del trío de las Azores fueron a la guerra contra Sadam Husein alegando que iban a instaurar la democracia y el respeto de los derechos humanos que el dictador iraquí conculcaba sistemáticamente con los métodos más brutales y deleznables. De las filtraciones publicadas resultan unas actuaciones más dignas del sátrapa que de quienes lo derrocaron en nombre de aquellos valores.

La niebla de la guerra de la que hablaba Clausewitz era un escenario que permitía muchas ambigüedades y mantenía unas zonas tan opacas que hacían muy difícil acceder a una información verídica de los hechos.

Han pasado casi dos siglos desde que el teórico formulara su tratado bélico. Los instrumentos de la tecnología actual están despejando aquella niebla. Cada día es más difícil mantener el secreto, y más todavía cuando se utiliza para ocultar conductas execrables.

Wikileaks, y muy en particular su máximo responsable, Julian Assange, son polémicos, pero ello no altera el contenido de los documentos revelados ahora.