Es verdad que tiene una cara antigua, un rostro del pasado que no debe ser fácil de llevar en este universo que está construyendo Dolce & Gabana. Pero sobre todo tiene Mariano Rajoy y un aspecto afable que no le permite lucirse en sus sobreactuaciones amedrentadoras. Ha elegido un papel al que no lo acompaña su formación: él es un actor de carácter de los que tanto juego daban en un estudio antiguo, sobre todo especializado en teatro inglés. Allí hubiera podido hacer de cardenal Cisneros o de cardenal Richelieu . También hubiera podido interpretar a un Borgia de la primera hora, cuando el veneno todavía era sutil en la copa de algunos invitados. No le hubiera venido malhacer de conde duque de Olivares o, incluso, de Fernando el Católico . Con un vestuario adecuado y un maquillaje perfecto, Mariano Rajoy hubiera podido ser incluso actor en la serie de Farmacia de Guardia. Sin embargo cada uno debiera ser capaz de vislumbrar sus debilidades: Rajoy no soporta el papel de Atila ni de Cronwell .

A Mariano Rajoy le han embarcado en un crucero que no es el suyo pero nunca ha tenido carácter para reclamar otro trayecto. Ahora el tren se acerca peligrosamente a su estación término y la vida lo va a descabalgar malherido en una imagen que ya no tiene sitio en las páginas de la historia de España que se estrechan cada vez más en la medida que se generalizan las enciclopedias por internet. Todavía tiene una oportunidad de abandonar a esa tropa que ha tomado el mando sustituyendo al mariscal de campo por una asamblea abierta de cabos furrieles. Pero el tiempo se le acaba mientras ya le quedan pocos disparates por hacer.

Ha perdido una oportunidad histórica de hacerse con el control de este país porque además tiene enfrente quien no termina de darse cuenta tampoco que la contabilidad política tiene una columna de costes y pagos que no se puede eludir. El destino ha querido una vez más que este país asista al fuego embrutecido de una derecha que dispara sin que le importen los desperfectos en las estructuras civiles de la convivencia y enfrente un presidente que solo se deja llevar por sus más primitivos instintos, por la desconfianza y por la ausencia absoluta de capacidad para generar consensos.