Mariano Rajoy, presidente del PP, tenía ayer una difícil papeleta en la visita que hizo en la tarde de ayer a la Moncloa para entrevistarse con el presidente del Gobierno. Por un lado, estaba obligado a acentuar su perfil de líder de la oposición, pero a la vez no podía dejar de respaldar las últimas medidas adoptadas por el Ejecutivo socialista en el terreno económico en sintonía con todos los socios europeos --de derechas y de izquierdas, de Sarkozy y Merkel a Gordon Brown--, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional. Si Rajoy se le hubiera ocurrido por un momento oponerse al plan de salvamento del sistema financiero internacional que se ha abierto paso con muchas dificultades y vaivenes en las últimas semanas, quedaba literalmente como un extraterrestre. Por eso decidió hacer lo que le resultaba más fácil y que no comprometía el papel que le corresponde: tirar por elevación y hablar de "medidas necesarias pero insuficientes" y volver a exigir más controles para que la inyección de fondos a la banca llegue a las familias y a las pequeñas y medianas empresas. Un propósito tan loable como obvio.

Donde se equivoca Rajoy es en la denuncia de que el Gobierno ha adoptado las medidas de forma unilateral. Otra cosa sería extravagante, porque en toda democracia, son los gobiernos los que toman las iniciativas, y a la oposición corresponde apoyarlas, matizarlas o rechazarlas. El PP no puede pretender que Zapatero gobierne con los criterios de sus adversarios --bastaría un intercambio de papeles para hacérselo comprender-- o hacer correr la especie de que estamos sometidos al decreto. Por lo demás, la crisis económica da suficiente cancha a la oposición para ejercer la crítica al Gobierno sin dejar de respaldar medidas de emergencia como las impulsadas para devolver la confianza a los mercados y abrir el crédito. Ahora bien, esperamos que el tono de esa labor esencial sea diferente al utilizado ayer mismo en el Senado, cuando una pregunta a Zapatero sobre la crisis dio paso a una sonrojante bronca en los bancos populares. Parecía que el PP había abandonado la política de trazo grueso según la cual el presidente había vendido Navarra a ETA y había roto la familia. Ayer resultó fácil comprobar que, por desgracia, el toro vuelve por donde solía.

Si en algo fue positiva la reunión de ayer en la Presidencia del Gobierno fue en el compromiso de Zapatero de crear con el PP una mesa para abordar reformas estructurales y de reunir en el plazo máximo de 15 días el Pacto de Toledo; es decir, la comisión que se dedica a regular el sistema de pensiones, en la que también están presentes sindicatos y patronales, con el fin de ajustar el modelo a las circunstancias actuales. En estos momentos difíciles, sería deseable, y necesario, que los responsables de los principales partidos se esforzaran por intentar hacer políticas de Estado. El PP tiene margen y tiempo para hacer oposición. Esperemos que la haga con eficacia y sin necesidad de incurrir en broncas demagógicas.