Sucede en la escalera de un bloque de vecinos. La señora Mercedes , la abuela de los del 3.º F, viene del supermercado cargada con una bolsa en la que hay dos botellas de cerveza (esas litronas de cristal), amén de algo de fruta y una barra de pan. En la entrada se encuentra con un cartel que avisa de que el ascensor está averiado, perdonen las molestias. Mercedes sube por las escaleras, resignada pero refunfuñando; ya cerca de su piso, tiene la mala fortuna de tropezar con uno de los escalones, y al resbalar, se cae. El golpe le depara una brecha en la frente además de un corte en la mano por culpa de una de las botellas que se rompe en la caída. A los gritos de la accidentada salen los vecinos del 3.º B y del 2.ºA que al ver el espectáculo y la sangre, dan nuevos gritos que alertan al portero, a su mujer y a un cobrador de seguros que se disponía a llamar al 4.º H. Es el cobrador el que ofrece su coche para llevar a Mercedes hasta el hospital donde le hacen una primera cura de urgencias y, por si acaso, la ingresan a causa del fuerte golpe en la frente: estará en observación tres o cuatro días. Al día siguiente, entre varios vecinos se hace una colecta para comprar un ramo de flores y los que pueden se lo llevan al hospital, encabezados por el presidente de la comunidad y la señora del portero. En pocos días Mercedes se ha repuesto y regresa a casa donde todo el vecindario, acudiendo a visitarla, le manifiesta su alegría porque no haya pasado nada grave.

Es lo normal, lo que se hace entre gente normal.

XAHORA VAMOSx a imaginar la misma escena, con los mismos personajes, pero en clave de convivencia política, al menos tal como se entiende hoy: tras la caída de Mercedes, el portero dice que lo siente, pero que las únicas competencias que tiene asumidas son las de limpieza y vigilancia del inmueble, mas no las de tipo sanitario, por lo que, para evitar problemas con los sindicatos, debe mantenerse al margen. La señora del 2º A, que es del Partido De Enfrente, comienza a despotricar del presidente de la comunidad de vecinos, a quien acusa de ser el único culpable del accidente, pues aunque el ascensor se estropeó de madrugada, su obligación era velar constantemente por las instalaciones de la vecindad. El presidente, avisado por el portero, se llega hasta Mercedes para decirle que en realidad la culpa es del presidente anterior, pues fue aquel quien compró el ascensor que tantas veces se avería; pero en ese momento sale al descansillo el presidente anterior, y a base de muchos adverbios en --mente, y muchos adjetivos en --ible, acusa a su sucesor de absoluta ineficacia y de dejadez de funciones, responsabilizándole de la sangre de una víctima inocente. Los del 3.º B, del partido del presidente, comentan que posiblemente lo del ascensor sea un sabotaje de los del ático, resentidos desde que se les obligó mediante juicio a pagar el recibo de la comunidad. Son precisamente los del ático los que despotrican de los del 3.ºF, porque explotan a la abuela Mercedes, obligándola a comprar en el supermercado, ¡pobre anciana! (por más que ésta sea una señora de muy buen ver, que a sus sesenta y dos años ha conseguido una desahogada jubilación y está estupenda).

El cobrador de seguros se escabulle en cuanto tiene ocasión, porque piensa que el suceso no va con él. Y la señora Mercedes, ensangrentada y dolorida, comprendiendo que nadie la va a ayudar, sale a la calle para buscar un taxi que la acerca a la recepción de las urgencias del hospital, donde la curan e ingresan en observación.

A la semana siguiente, ya recuperada, regresa a casa y en el portal del edificio se encuentra con tres pancartas que dicen lo siguiente:

Una: Los vecinos del 2.º A saludan a doña Mercedes, y lamentan las previsibles secuelas de su ignominioso y evitable accidente, debido a la total ineptitud del presidente y de sus subalternos.

Otra: La Junta rectora del bloque saluda a doña Mercedes y se congratula de su pronta recuperación gracias a la buena gestión de las autoridades sanitarias, al tiempo que su presidente promete a los vecinos que, de ser votado nuevamente para el cargo, adquirirá otro ascensor que sustituya al absolutamente obsoleto por la torpeza de los regidores anteriores.

Otra: El colectivo del ático saluda a la compañera Mercedes, lamentando que la forma de vida capitalista nos obligue a vivir hacinados en urbes, y que la especulación inmobiliaria produzca edificios inhumanos necesitados de ascensores y demás sujeciones a la industria contaminante.

La asombrada Mercedes, como no trae gafas, no puede leer las pancartas, pero muy emocionada por el recibimiento se sube al ascensor con su hija y el yerno, para llegarse hasta su vivienda. El aparato se para justo entre el 2.º y el 3.º, nuevamente averiado, y allí quedan encerrados sus ocupantes, sin poder salir de aquel cajón de metal. Abajo, en el vestíbulo, los pancartistas se enzarzan en una agria disputa, entreverada de improperios, descalificaciones, acusaciones y simplificaciones. Un guirigay de cuidado.

En fin, que ésta ha sido la parábola de las pancartas.

*Catedrático de instituto