El arrollador triunfo de Gallardón y Aguirre y el efecto desequilibrante de la brecha electoral abierta entre el PP y el PSOE en Madrid han permitido a Rajoy darse una alegría y un baño de multitudes desde el balcón de Génova. La imagen del trío feliz tenía el domingo una música de fondo, una multitud eufórica que gritaba "¡presidente! ¡presidente!", sin poder discernir muy bien a quién de los tres iba dirigido el calificativo. Mariano Rajoy sabe muy bien que no se puede permitir un tropiezo más, que si lo tiene y no logra recuperar el poder en las próximas generales hay dos compañeros que exhibirán sus credenciales para forzar el relevo. Nunca les ha faltado ni ambición ni votos.

Como Rajoy ha planteado estas elecciones como un plebiscito con carácter de primarias es lógico que exhiba los 160.000 votos que ha sacado al PSOE como un triunfo. Pero el error de planteamiento puede conducir al espejismo. Lo que se ventilaba el domingo es quién va a gestionar el poder local y autonómico en los próximos cuatro años y ahí el PSOE, si sabe gestionar con eficacia una política de pactos, podrá exhibir dentro de unos días un balance ganador a costa de posiciones perdidas por el PP. Y si se cierra el zoom, la pérdida de la mayoría absoluta en Navarra y los 50.000 votos que el PP ha visto volar en el País Vasco son especialmente significativos cuando el plebiscito se planteó, precisamente, sobre la política antiterrorista y sobre el futuro de Navarra.

En el otro lado, la humillante derrota del PSOE en Madrid es un elemento como para matizar cualquier tentación eufórica. Y compromete directamente al presidente Zapatero , que ha gestionado de manera penosa la difícil decisión de encontrar un contrincante para Gallardón en Madrid. Algo grave le pasa a un partido de izquierdas cuando en una comunidad en la que la ciudadanía se sitúa mayoritariamente cercana a posiciones de izquierdas, la derecha conquista el poder absoluto con abrumadora facilidad. Dijo José Blanco que, descontando Madrid, el PSOE habría ganado las elecciones también en número de votos. El problema es que Madrid no se puede borrar del mapa, aunque el PSOE lleve lustros borrándose voluntariamente del mapa de Madrid.