La incertidumbre es la expresión que mejor define el estado de ánimo por el que atraviesa la ciudadanía en este preciso instante, incertidumbre ante un desempleo que galopa junto a nosotros con su espada indolora, incertidumbre de que el sueldo no nos alcance a cubrir las necesidades básicas, o a que pueda quebrar una entidad financiera y nuestros ahorros corran el riesgo de volatilizarse.

Porque la economía es una jungla procelosa, soterrada y contradictoria, sometida a la variabilidad de unos intereses que nunca alcanzaremos a comprender. Es inexplicable, salvo que continuemos bajo el control de los oligopolios, que en una época tan inflacionista, el precio del barril de petróleo baje un cincuenta por ciento, y que los combustibles lo hagan sólo en un diez, o que cuando suben los tipos de intereses, este incremento revierta automáticamente sobre las hipotecas y sin embargo cuando bajan, los descensos sean pausados y dilatados en el tiempo, o que los bancos centrales ayuden a los mercados inyectando liquidez, aumentando las garantías de los depósitos, recortando el precio del dinero, rescatando entidades o comprando acciones de bancos privados para evitar su quiebra y recuperar así la confianza de los consumidores, y que las bolsas a cambio nos regalen el caramelo envenenado de una volatilidad sin precedentes.

XOTRA DE LASx incongruencias consiste en utilizar fondos públicos para sofocar los excesos provocados por este capitalismo de casino que, en tiempos de bonanza, reclama la mayor independencia posible de las instituciones, pero que cuando las cosas empiezan a irles mal, acude a ellas en busca de ayuda, pretextando que la quiebra de algunas entidades pudiera desencadenar un efecto dominó de terribles consecuencias para el sistema económico internacional.

En la actual situación nadie se explica que con la cantidad de viviendas que aún quedan sin vender, con la sobrevaloración que soportan, con el descenso de las ventas en un cuarenta por ciento, y con las inmobiliarias al borde del colapso crediticio, que el precio de los inmuebles se mantenga como en los mejores tiempos de la burbuja inmobiliaria. Hay quien piensa que esto es cosa de los bancos, que se empeñan en mantener a toda costa el precio de los inmuebles, pues su abaratamiento supondría el desplome financiero de muchas entidades, como ha ocurrido en Estados Unidos y en Inglaterra, donde los bancos se han visto obligados a rebajar el precio de sus activos, ya que muchos de los inmuebles valían menos que el precio de referencia de las hipotecas.

Mientras el precio de las viviendas se mantenga estable, aquí no habrá hipotecas basura. Por lo que el sistema financiero sabedor de esto, ha optado por mantener a buen recaudo las viviendas obtenidas merced a los desahucios, por temor a que si la sacas a la venta, se produzca una sobreoferta que eche por tierra el valor de los inmuebles y con él, el de las hipotecas.

En épocas de desaceleración la actividad suele contraerse y como consecuencia de ello baja el consumo, y el valor de los productos se deprecia, con los precios controlados se procede al abaratamiento del dinero mediante el recorte de los tipos, pero en esta ocasión se da la paradoja de que a pesar de estar a las puertas de la recesión, los precios continúan altos, por lo que no es recomendable una bajada excesiva de tipos, ya que con ello se correría el riesgo de entrar de lleno en una espiral inflacionista, lo que implicaría tener que repercutir este incremento sobre las pensiones y los salarios, pudiendo meternos en un pozo del que sería difícil salir.

Esta crisis es susceptible a tantas interpretaciones como queramos darle, para unos caminamos hacia el ocaso del capitalismo, hacia una zona de indefinición penumbrosa próxima al más siniestro de los abismos, para otros en cambio sólo se trata de una simple avería estructural, de un desafortunado desajuste producido como consecuencia de un exceso en el ciclo bajista.

Mientras unos países, para contener los efectos de esta debacle, se refugian en medidas unilaterales de carácter interno en las que solamente intervienen los Estados afectados, otros defienden que las soluciones únicamente podrán alcanzarse mediante acciones concertadas internacionalmente. Lo que está claro es que nos encontramos ante una crisis de perfiles inconcretos, ramificada y bicéfala, que se comporta de un modo diferente a como lo han hecho las anteriores, y a la que no le hacen efecto los viejos medicamentos del pasado; tal vez porque la economía haga aguas por varios frentes: por el financiero, por el inmobiliario y por el industrial.

Y mientras tanto, el ciudadano como un espectador atónito, asiste impertérrito al gran espectáculo de la inmolación colectiva, a una guerra de intereses cruzados entre varias familias de depredadores. Mientras que él se verá obligado a tener que pagar los platos rotos de esta fiesta sin sentido, a padecer las consecuencias de los errores que cometieron otros, porque ¿Quién acudirá al rescate de los bancos centrales cuando se vean hasta el cuello a causa del endeudamiento ahora contraído?

*Profesor.