Dramaturgo

Hay calles, esquinas, locales, plazas y aceras en Badajoz que parecen estar tocados por el dedo de un gafe porque son incapaces de hacer florecer un negocio en ellos. Conozco un local muy apañado en el que se han instalado desde hace años, y no han salido a flote, una tienda de flores, una mercería, una peluquería, una tienda de ordenadores, una librería especializada, una droguería y una tienda de pinturas. Ninguno de esos negocios consiguió atraer la atención de los clientes y por más que sus dueños rebajaban, ofertaban, saldaban y liquidaban sus artículos, la gente ni se paraba a mirar por el escaparate. Recuerdo que unas navidades el dueño de la droguería puso en el escaparate un belén hecho con rollos de papel higiénico de lo más guay, ni por ésas. Aquel local estaba más gafado que el cementerio de Ceuta, en el que se oyen llantos de niños y voces de mujeres (de hombres no se dice nada porque no lloran) y nadie se explica su origen.

Les viene a ocurrir como a muchos ciudadanos, a esos locales, que llevan toda su vida planeando negocios y nunca han conseguido levantar cabeza. Entre estos paisanos sobresale mi amigo Andrés. Andrés se inició con la venta de hojas de moreras para los gusanos de seda cuando era escolar, de ahí pasó a idear una discoteca en el patio de su casa que nunca puso en pie, una editorial de temas en castúo que mantuvo durante cinco meses, un negocio de hongos para adelgazar que le cerró Sanidad, y una academia de Linux que espero dure y a la que, por ahora, sólo le falta el local. Se acuerdan del local del principio, ése de la droguería, mercería... ése. Espero que Andrés y el local consigan romper los lazos paranormales que les atan.